No eran realistas las expectativas de que la salida del Reino Unido de la UE sería expedita y despojada de obstáculos. Los intereses económicos, políticos y geoestratégicos que están en juego siguen obligando a la primera ministra, Theresa May, a desempeñarse simultáneamente en tres escenarios de batalla, todos complejos.

Por una parte, el acuerdo con la UE, cuyo borrador se firmó la semana pasada, implica para la isla unos costos enormes que incluyen, según expertos, un desajuste de años en su economía y una inevitable alza en la carga tributaria para los ciudadanos que votaron el Brexit sin reparar en las consecuencias.

La respuesta a ese proyecto de acuerdo −y este es el segundo escenario− fue la dimisión de cinco de los más euroescépticos miembros del gabinete, quienes alegaron, entre otras razones, el eventual peligro que corre la integración británica por cuenta de la exigencia europea de crear una frontera aduanera entre las dos Irlandas.

Por último, y ante una eventual moción de censura en el Parlamento −parcialmente contenida en las últimas horas−, los sectores que promovieron el Brexit temen un resurgimiento de los laboristas, quienes desde el poder podrían insistir en la posibilidad, por ahora remota, de reversar el proceso de separación.

Las encuestas tampoco ayudan a May. El 54% de los británicos quiere permanecer en la UE, el 32% reafirma la opinión de salir de ella sin ningún acuerdo, y tan solo el 14% apoya una salida en los términos expuestos en el borrador inicial que ha suscitado una polémica que parece no acabará pronto.

Así las cosas, Europa ha impuesto sus condiciones al Brexit tal como lo había anunciado luego del referendum de 2016, y con ellas no le otorga al gobierno de Londres un margen cómodo de maniobra para negociar la separación en términos que complazcan, ni a los sectores más antieuropeos, ni tampoco a quienes siempre se opusieron a los argumentos y los métodos que terminaron alejando al Reino Unido de los objetivos de unidad continental cuya consolidación costó tantos esfuerzos.

A pesar de las condiciones en las que el Reino Unido permanecía en la UE, con sus excepciones, sus prebendas y su lejano liderazgo, lució siempre frágil y no pocas veces obstaculizante, hace apenas un par de años parecía imposible una separación. Esa improbabilidad fue la que permitió, gracias a una alta abstención y a una campaña engañosa, el triunfo de una iniciativa cuyas consecuencias reales se comienzan a ver en medio de una confusión institucional que se agudiza a medida que avanzan los procesos que deberán surtirse, con o sin la aprobación de partidarios y contradictores.

La poderosa Inglaterra y sus estados hermanos, Gales, Escocia e Irlanda del Norte, deberán asumir la decisión que tomaron y prepararse para una época de ajustes que no será fácil e implicará grandes sacrificios.