El optimismo de los gremios de Barranquilla y el resto del Atlántico frente al crecimiento económico de la región para 2022 contrasta con la incertidumbre que inevitablemente acompaña las labores de dragado en el canal de acceso a la zona portuaria. Es necesario que el Gobierno, tanto el nacional como el local, asuma que las dificultades de navegabilidad por la elevada sedimentación que hundieron el calado a 6,5 metros a finales de diciembre –el peor registro de toda su historia– no son cosa del pasado.

Si no se suman esfuerzos adicionales para darle un timonazo a esta lesiva, además de recurrente situación, la amenaza de nuevas crisis no se disipará en el corto plazo ni la reactivación del sector se consolidará en términos de un mayor movimiento de carga proyectado por los actores portuarios que vieron sus metas lastradas el año anterior. Crecer perdiendo USD 30 millones de dólares, como ocurrió en 2021, por sobrecostos en los fletes o por el desvío de un millón de toneladas de carga (300 % más que en 2020) no solo deja un mal sabor de boca, sino que es insostenible económicamente.

Aún peor, el reiterativo deterioro de un calado óptimo sigue arruinando la reputación de Barranquilla como destino portuario. Empresas armadoras de buques o compañías navieras empiezan a cuestionarse el arribo a nuestra ciudad por el posible retraso en sus operaciones. Si deciden hacerlo, elevan sus precios a valores que, con razón, causan malestar entre sus clientes. Estos, ante la disyuntiva, exigen a firmas exportadoras de coque y carbón metalúrgico, por ejemplo, alternativas distintas, para acceder a otros puertos como el de Cartagena o Santa Marta, so pena de suspender los contratos.

¿Este es el futuro que nos espera? No se trata de ser ave de mal agüero. ¡Faltaría más! Nadie debería asumir ese papel en medio de una problemática tan agobiante, agravada durante los últimos dos años por razones que aún no están del todo claras. Por el contrario, lo que procede en estos momentos es encontrar soluciones conjuntas para evitar que se siga perdiendo competitividad frente a otros puertos locales. Es hora de encarar con realismo lo que nos está sucediendo antes de que sea demasiado tarde y nos quedemos como un puerto chalupero, de embarcaciones pequeñas, lejos del hub de logística internacional que se ha intentado robustecer con gran compromiso de los sectores público y privado.

Siendo consecuentes con los esfuerzos de la institucionalidad, dos hechos resultan incontestables. Por un lado, en 2021 se invirtieron $85 mil millones en las labores de dragado, la mayor cifra de los últimos años. Por otro, durante ese lapso se removieron 3.5 millones de metros cúbicos de sedimentos, también la cantidad más importante de la que se tenga registro. Pero ni así se aseguró una navegabilidad segura, igual o superior a los 9,8 metros, en el canal de acceso. Es más, el Comité Intergremial del Atlántico indica que de los 365 días de 2021 apenas en 47 se alcanzó este indicador. La última vez el pasado 29 de abril. Algo pasa, de eso no cabe duda. Las intervenciones no son efectivas ni la crisis se supera del todo.

Indudablemente, existen razones para que este asunto se convierta en una prioridad nacional. Más allá del dragado, en el que se invierten en este primer semestre $46.517 millones, y de la materialización de la APP del río, aún distante, se requieren nuevas acciones, sobre todo urgentes. Portuarios, gremios, congresistas y conocedores del sector insisten en cambiar la contratación del modelo de dragado, para que en vez de pagar por metro cúbico removido, como sucede ahora, se haga por nivel de servicio. También proponen la adquisición de una o más dragas por el Distrito o que este sea el que controle o administre los recursos de la Nación destinados a financiar las labores en el canal de acceso.

Una crisis de esta magnitud no se superará negando su existencia o aplazando su resolución. Superarla pasa por reconocer el riesgo que conlleva para la estabilidad económica de Barranquilla y los municipios del Atlántico, identificando en qué se ha fallado en el pasado y en evitar repetir los mismos errores a futuro. Hablemos con franqueza de una vez por todas.