Los 813 ataques con piedras y balines de los que han sido objeto los buses de Transmetro desde julio de 2010 –cuando comenzaron a rodar por las calles de Barranquilla y Soledad– dejaban hasta el 19 de enero pasado 39 personas heridas y 579 vidrios rotos.
Tres de los heridos fueron dos mujeres embarazadas y un adolescente de 17 años, quien terminó el año pasado en estado de coma durante varios días, tras el impacto que recibió el vidrio en el que iba recostado.
Los cristales quebrados ya suman varios ceros a la derecha en los presupuestos anuales de Sistur y Metrocaribe. Los operadores del sistema masivo reportaron haber invertido, en 2014, 300 millones de pesos por reposición. Las sumas de ambos operadores no incluyen el lucro cesante, es decir, el dinero que dejaron de producir los vehículos durante los días que estuvieron detenidos.
Transmetro cerró diciembre pasado, y por cuarto año consecutivo, con el número de ataques en ascenso. Piedra tras piedra, los interrogantes siguen formulados sin repuestas definitivas: ¿Quiénes están detrás? ¿Por qué los ataques son tan frecuentes? ¿Por qué suelen ocurrir, la mayoría de ellos, en determinados sectores de Soledad?
La Policía, el Distrito, los operadores y la gerencia del sistema, así como analistas consultados, plantearon hipótesis y razones ante esa bola de nieve llamada vandalismo. Todos coincidieron en afirmar que los ataques son una sombra que acecha no solo por las pérdidas económicas sino por el peligro que representan para la integridad de conductores y pasajeros, que al viajar en los vehículos del sistema se convierten en blancos móviles.