Compartir:

Lao Herrera, el combativo periodista y ahora concejal declaró en RCN sin temblarle el pulso que si algo le pasa en su vida, la culpa sería de la alcaldesa Elsa Noguera, el comisionado de seguridad Guillermo Polo y la Policía.
***
Según él su vida peligra y él le ha solicitado protección a quienes mencioné y se la han negado. Afirma Lao que todos los concejales tienen escoltas, menos él.
***
Se descargó contra quienes gobiernan en la ciudad porque tienen a la ciudad atrasada. Que las obras son mínimas y lo que muestran es inflado y nada tiene que ver con la realidad.
***
Abunda la corrupción por doquier, dice Lao. Y señala que hay un grupo de concejales que no quieren que él siga con ellos porque no pueden cometer sus componendas.
***
Muy grave, yo diría gravísimo, de ser cierto lo que dice Lao. Y sería interesante saber la opinión de la alcaldesa, de la Policía y del comisionado para la seguridad.
***
No quedarse callado porque si a Lao le pasa algo, los acusó directamente.
***
El presidente Santos con su declaración sobre el caso con Nicaragua subirá en las encuestas y puede pensar en la reelección. Y le ayudó Uribe desde Washington.
***
Y pronto le saldrán canas. Y se parecerá menos a Cantinflas sin bigote.
***
Sale de un paro para entrar en otro. El presidente de los paros pasará a la historia.
***
Notas liliputienses: Parador…Bajativo…Mozo…Bulto…Materire…Pesón…Rabolino…Macario…Pienso.
***
Ahora el capítulo dedicado al monje cartagenero Dennys de los Reyes, de mi libro ‘Recordar es volver a vivir’.

Crecí en Cartagena como todo niño local, acompañado de mi honda para matar pajaritos, los bolsillos llenos de tapitas, una bolita de caucho que aún conservo para jugar al bate, bañándome en cuero como todos los niños cuando llovía. Había un chorro en la esquina donde vivía, el más grueso del que recuerde, una cascada de agua que se juntaba con el techo de la señora Esperanza. En las tardes esperaba impaciente el pasar de los vuelos de Aerocóndor que venían de Bogotá y me imaginaba que yo venía adentro cargado de regalos y quesadillas para regalarlos a los amigos del vecindario. Tenía mi mundo propio, hablaba con los perros y hacía discursos en el Parque Centenario; mi familia y amigos decían que estaba loco porque hablaba solo.

En esa época leía todos los días la columna Flash que aparecía en el Diario de la Costa, me parecía el putas lo que él decía, pues siempre estaba rodeado de gente importante y se enteraba uno de todo lo que pasaba alrededor. Un día llegué a su oficina para conocerlo y me entretuve con un mural de personajes que estaban en una pared. Y llegó Flash, y en vez de calificarme de loco, me dio la mano. Me convertí en un seguidor suyo y le colaboraba en diligencias. De la noche a la mañana siendo apenas un adolescente me tocó estar cerca de muchas personalidades. Son recuerdos que pasan por mi memoria rápidamente: Andrés Pastrana, el torero Palomo Linares, Pambelé cuando era campeón mundial, Julio Iglesias. Eso sin contar modelos e incontables amigos de todas partes que aparecían buscando a Flash.

Eso me sirvió de escuela. Veía los acontecimientos de lejitos, pero algo se me quedaba como aprendizaje. Recuerdo una tarde cuando sucedió el crimen del doctor Ismael Porto Moreno, padre de la escritora Judith Porto. Estuve en el funeral y no me perdí los acontecimientos posteriores; veía la la vida con crudeza, me llegaron pensamientos sobre la muerte, sobre la fragilidad de la vida y empecé a profundizar en ideas y tratar de materializar pensamientos que se me venían a la mente con frecuencia. Tenía deseos de irme, de escapar de la ciudad y de volverme aventurero. Se me dio por leer libros espirituales y en una ocasión, revisando la correspondencia en la oficina de Flash, me encontré con un libro escrito por Lobsang Rampa, un pensador tibetano. Esa lectura cambió mi vida.

De la noche a la mañana me fui. Me embarqué de polizonte en un barco que iba a Barcelona. Allá en Europa pasaba malos ratos: vivía en los parques, rebuscándome. Con tres muchachos planeamos un viaje a la India. Eran del mismo talante que yo. Y cruzamos mares, tormentas, estrellas fugaces y muchas lunas llenas. Al llegar allá tuvimos problemas con el idioma, con las costumbres, con el trato con la gente, pero nos fuimos adaptando. Me impresionaba la cantidad de gentes en las calles, las enormes distancias para todo, la pobreza extrema, la diversidad de los olores y colores. Todo parecía superlativo y gigante en la India.

Los dos compañeros se separaron y la vida me cambió cuando conocí a unos misioneros de Sai Baba que me dieron ayuda y así como me pasó en Cartagena apoyando a Flash, se repitió la historia con los monjes. Me llevaron al monasterio y yo les ayudaba en los menesteres cotidianos. Era un trabajo hermoso por la bondad que se respiraba en la rústica vivienda de los monjes. Ellos me tomaron simpatía y me llevaron al Tíbet a un monasterio. Me enseñaron el idioma, a pensar, a crecer, a perdonar, a no darle importancia a tanto detalle fauto. Me convertí en otra persona. Podía durar horas sin moverme, con la mente en blanco, meditando y rezando. Poco a poco me fueron aceptando, moldeando y empecé a cambiar totalmente de personalidad. Perdí toda clase de vínculos tanto familiares como de amigos. Así fueron pasando los años. Mis compañeros eran la nieve, los monjes, los Suamis, en especial el Suami – Ramal Ngami, un sabio, un pensador profundo que me enseñó tantas cosas. Siempre estaba con nosotros un bisonte, de noche tenía miedo de la leyenda del hombre de las nieves, el Yeti, a quien nunca vi, pero en el Tíbet son innumerables las personas que dicen que existe.

Regresé a la India convertido en un discípulo de los monjes. Me vestía con túnica, me rapé la cabeza y empecé a tratar de vivir en la forma como lo hizo el maestro Sai Baba. Y con esa vida espiritual comencé a formar mi nuevo presente y el futuro. Mi mente cambió en una poesía de amor, comprensión y deseos de servir a la humanidad. Fui creciendo, volví a Colombia y fundé la Misión Sai Baba con el fin de preservar al hombre, cuya primera sede fue Cartagena.

Fue así como nació el programa internacional de prevención para el sida que ya lleva 15 años. Este programa se ha logrado con la ayuda de muchos amigos y se financia y vive gracias al desprendimiento de ellos en forma filantrópica. Me hacen entrega de aportes que se pierden en mis bolsillos rotos. Por mi labor he viajado por varios lugares del mundo conociendo decenas de países y relacionándome con personas cuya misión es el amor al prójimo, entre ellas la hermana Teresa de Calcuta. Estuve en su entierro y tuve el honor de estar sentado detrás de personalidades como Hillary Clinton, la Reina Sofía y la Reina Noor de Jordania.

Son muchas vidas las que hemos salvado y muchos los enemigos que nos han atacado que por ironías del destino han muerto de sida. He aprendido con este programa que detrás de este pandemonio hay una fuerza oculta y presente que protege a los mismos pacientes en fase terminal y a los pocos que estamos trabajando para esta causa. También que esa misma fuerza es severa con aquellos que se dedican a entorpecer la labor y dignidad de todos los actores de este temible drama que es el sida, y que se dedican a masacrar a los que trabajan en la prevención difamándolos con la más vil injuria poniendo en tela de juicio la verdadera labor, haciendo creer al público cosas inapropiadas que intentan mancillar la honra y la dignidad humanas. Quiero aprovechar para rogar a ellos que sean prudentes ante el sida, que lo respeten, que no entorpezcan la labor y recuerden: “A tu hijo le puede pasar”…

Por Edgar García Ochoa