Estos días estuve visitando la tierra que vio nacer a mis abuelos maternos, El Piñón, Magdalena. Tuve el placer de ser la invitada especial de la Alcaldía para inagurar las fiestas que rinden tributo al patrono del pueblo, San Pedro, Mártir de Verona.
Todo estaba listo para la celebración del santo. La banda y el millo estaban en sus puestos y yo me preparaba para salir a bailar en la plaza. De repente sentí que un par de gotas de agua me cayeron encima y, por un instante, creí que la fiesta se había dañado. No podía estar más equivocada.
En El Piñón, como en tantas otras partes de Colombia, el fenómeno del Niño acabó con la lluvia y se llevó el poco progreso de estas tierras. Para la gran mayoría de los colombianos, que no llueva significa que los precios suben y que la luz se va. Para la gente de los pueblos del Caribe significa hambre.
Por esto, cuando cayó el aguacero sobre todos nosotros, los piñoneros comenzaron a gritar de alegría. Todo el mundo salió a bailar debajo del agua. San Pedro nuevamente les había hecho el milagro.
Sin embargo, la celebración durará poco y la gente lo sabe. Los mismos que bailaron bajo la lluvia, hoy sienten miedo de lo que se les avecina. Y no es para menos. Según expertos, para esta segunda mitad de año se generarán lluvias que estarán por encima de lo normal y, por ende, se podrán generar inundaciones en cantidades. En pocas palabras, nuevamente habrá hambre. El balance de la naturaleza se ha roto y los más pobres seguirán pagando la cuenta de cobro.
Pero mientras el gobierno resuelve cómo hacer para tener un mejor sistema de prevención, al campesino le va a tocar seguir ingeniándoselas para sobrevivir. En El Piñón decidieron seguir bailándole a San Pedro. A ver si de pronto les vuelve hacer el milagro.