El proceso que ahora intenta liderar el Ministerio de Educación respecto a la revisión de los Manuales de Convivencia de los colegios obedece a un mandato de la Corte Constitucional que falló en relación con el caso de un joven que, por la discriminación en la comunidad educativa, terminó acabando con su vida. El joven se llamaba Sergio Urrego y fue perseguido por profesores y padres de familia, y acorralado por la rectora del colegio. La escuela, que debería ser el escenario para fortalecerlo, lo destruyó. La escuela no le perdonó su orientación sexual. La escuela no se la perdona a nadie. Aniquila todo lo que no quepa en lo que considera la norma.

La sentencia 478 de la Corte, en su propósito de evitar que se repita esta tragedia, le ordenó al Ministerio de Educación “una revisión extensiva e integral de todos los manuales de convivencia en el país para determinar que los mismos sean respetuosos de la orientación sexual y la identidad
de género de los estudiantes…” y le puso plazos.

Un sector ha emprendido una campaña de desinformación en la que asegura que el Ministerio está imponiendo medidas a las escuelas sin tener en cuenta la autonomía de las instituciones. Incluso han difundido, de manera mentirosa, un material pedagógico que supuestamente el ministerio diseñó para imponer el respeto de la diversidad sexual. El viceministro Saavedra aclaró que serán los rectores los encargados de armonizar la autonomía de la institución educativa con lo que demanda la Constitución. Apenas el ministerio acompaña esta misión con talleres dirigidos a Secretarías de Educación y rectores. No hay tal material con ilustraciones de homosexuales metidos en la cama. Tampoco hay un imperativo sobre los procesos de cada escuela. Eso es una suerte de terrorismo para difundir la paranoia colectiva que llaman “imposición de ideología de género”.

Esas son las sucias estrategias de defensa del patriarcado. Hacen cualquier cosa para defender la libertad de criar a sus hijos como quieren: homofóbicos, machistas, sexistas. Y la tienen, pero las escuelas tienen que hacer un esfuerzo para ponerse a tono con la Constitución. Olvidan, claro, que todo ese sexismo en los contenidos curriculares, que todos esos manuales anacrónicos, que todos sus materiales pedagógicos con sus ilustraciones del patriarcado heteronormativo blanco, sí que han sido una imposición del estatus quo que se ha llevado por delante a cualquiera que se atraviese.

Es verdad, los niños tienen padres con derecho a decidir el tipo de educación y crianza, también es cierto que la mayoría de esos padres son homofóbicos, pero el derecho que tienen para educar a sus familias bajo una “ideología patriarcal” acaba –al menos en la escuela– cuando se atenta contra la vida del otro. El caso de Sergio Urrego evidenció que las consecuencias son letales. No es un asunto de eliminar o imponer ideologías, sino de promover una idea fundamental de respeto.

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