En la Francia defensora de los derechos del hombre, el mundo vio nuevamente la incomprensible propensión de los humanos a perfeccionar los métodos para atentar contra sus congéneres. Hoy en día tal perfeccionamiento, salvaje en su ejecución y letal en su intención, estriba en la habilidad para burlar las políticas de seguridad que pretenden evitar el horror de un terrorismo que prospera, de lo cual sí que sabemos los colombianos. Si bien es cierto que el temor y la sorpresa son las armas con que actúan los violentos para romper el orden establecido, y que en ciertas ocasiones las acciones terroristas son tan elementales como fatales, también lo es que aumenta cada vez más el uso de los métodos sofisticados que desarrolla la inteligencia humana. ¿De dónde proviene esta infinita capacidad para hacer mal? ¿De dónde esa obstinación para acabar con las alianzas que en pos de la supervivencia estableció el instinto de fusión en los primeros organismos unicelulares? ¿Cómo es posible que un kilo y medio de cerebro sea capaz de producir corrientes incalculables de agresión?

Son misterios que atañen a los científicos, y pese a no tener dominio sobre las fuerzas que lo inclinan hacia el mal, es innegable que los humanos de esta época desarrollaron una enorme habilidad para hacer de dichas fuerzas una industria productiva.

Así, mientras por un lado las acciones terroristas horrorizan, por el otro alimentan el gran negocio del siglo XXI —la industria del ocio y el entretenimiento— que acabó por convertirse en una escuela de violencia. La cultura no solo acepta, sino reclama y disfruta ese tipo de películas y de material audiovisual e interactivo que son metódicos instructivos para aprender a matar. Y, claro, para llevar a cabo una ficción que exige ser realidad aunque sea pasajeramente, es preciso desplegar la parafernalia del terrorismo, develar la minuciosa información que los gobiernos deberían restringir.

Pero estamos en la era de la industria del ocio y su impacto económico es de proporciones enormes, así que, tanto en el cine, como en los videojuegos y la televisión, seguirán encontrando inspiración aquellos que se satisfacen asesinando inocentes.

Los colombianos lo vivimos durante los largos años en que el terrorismo reprodujo sin misericordia una logística de muerte; no obstante, hoy somos una Colombia en restauración en la cual surge Barranquilla liderando, a través de su carnaval, un proceso de educación que se opone a la violencia.

Magnífico ejemplo el de la Corporación Cultural Barranquilla al brindar a la danza y la música del carnaval escenarios alternativos como El Patio Cultural (Carrera 46 # 74-61), donde cada viernes se puede asistir a la presentación de los colectivos de danza, música teatro y literatura existentes en la ciudad. Escuelas de paz para ser mostradas a quienes vienen en busca de una Colombia distinta.

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