Hace unas semanas dije aquí que no estaba de acuerdo con el plebiscito por miedo a que se politice y al final los colombianos, en lugar de votar si están de acuerdo o no con el proceso de paz, terminen votando por el senador Uribe o por el presidente Santos. La llegada inicial de Gaviria a la dirección de la campaña por el sí, no hizo más que ahondar este temor. Por fortuna, Santos entendió que por ahí no era la cosa y el jueves informó que “Las diferentes colectividades políticas que respaldan los diálogos de paz de La Habana harán cada una su propia campaña para impulsar el sí”.
Mejoró el asunto pero el problema de la politización continúa. Sigue en pie porque este proceso de paz no debería ser un tema de campaña de partidos políticos, sino un asunto en el que el país nacional participe activamente de acuerdo a su propia convicción, sin sesgos de odio ni excusas de dolor. La paz es una urgencia luego de 52 años de desangre. Cualquier argumento en contra, por poderoso que sea, no tiene más fuerza que la necesidad de dejar atrás, de una vez y para siempre, un conflicto que nos ha anclado en el subdesarrollo dejando a su paso, como un tsunami, un reguero de víctimas; víctimas, bien sean civiles, de la guerrilla o de nuestras FFAA que, en últimas no son más que colombianos, como usted y como yo; víctimas que tienen padres, hermanos, hijos que todavía no soportan el dolor de su partida.
Algunos ingresaron a las Farc por convicción, pero la mayoría lo hizo por pura y física hambre; porque para ellos fue la única opción de sobrevivir en una país que desde siempre ha negado oportunidades. Lo peor de nuestra guerra es esto: saber que no estamos luchando contra otro país; que nos estamos matando entre nosotros.
El mundo avanza mientras aquí la mayor preocupación sigue siendo la guerra. Aunque ni siquiera es la guerra, sino la lucha de dos o tres por el poder. La política ha acabado desde siempre este país y, al seguir a uno o a otro, seguimos dándoles cuerda a los políticos para que lo sigan destruyendo. Así como algunos colombianos están empeñados en continuarla, unos cuantos guerrilleros pretenden también seguir en guerra. En uno y otro caso hay que impedirlo. Esta guerra nos ha costado millones de billones de dólares que bien pudieron haber sido destinados a la salud, a la educación, a la infraestructura. Sólo nos ha dejado odio y la enseñanza de la zancadilla al otro –por envidia, por inquina, por ansías de poder- aun sabiendo que, al perder uno, perdemos todos–.
Esta no es la paz de Santos; es la paz de Colombia. Votar por el no, no es votar contra Santos: es votar contra el país. Por fortuna la firma ya no es una esperanza lejana. Cada día se palpa más cerca porque la negatividad y el escepticismo han venido perdiendo argumentos. El plebiscito es nuestra oportunidad de limpiar la bandera negra de nuestros corazones y jugárnosla por nuestra Nación. Colombia lo merece.
@sanchezbaute