Nadie sabe dónde queda Valparaíso, Caquetá. Nadie sabe que es un municipio rico en los cultivos de yuca, plátano y maíz, o que se dedican a la ganadería porcina. Tampoco hubo gran interés por conocer el proceso de resistencia pacífica que, de manera valiente, los campesinos llevan adelante desde hace poco más de dos meses. Pese a que está de moda hablar de medio ambiente y cambio climático en todas las agendas públicas, tampoco a nadie le importó que la lucha de la comunidad estaba motivada por la defensa de la biodiversidad y las fuentes hídricas de su territorio.

Los campesinos de Valparaíso, sin embargo, se dieron a conocer de la única manera en que suelen ser importantes para los demás: por el uso de la violencia y la fuerza. Las zonas rurales del territorio colombiano, y su gente, han sido reveladas a partir de una geografía de la tragedia. Un mapa de masacres, bombardeos y desplazamientos nos han permitido saber el nombre de los pueblos y veredas del país. Cuando no es así, se dan a conocer por el peso que el mismo Estado, de manera directa y concreta, ejerce sobre ellos: el Esmad.

En medio del proceso de resistencia, la comunidad intentó cerrarle el paso a la empresa Emerald Energy y su plan de construir un pozo a pocos metros del río. Todo el mundo habla de la protección del agua. Gobiernos enteros gastan presupuestos en costosas cumbres, y sin embargo, el río que los campesinos de Valparaíso intentan defender a nadie le importa. No importa el pueblo, ni su gente ni su agua. Al ministerio de Minas y al Gobierno nacional solo le importa la defensa de los intereses de la empresa. Inversión extranjera, le llaman, síntoma de progreso.

El Esmad llegó envalentonado a defender el paso de la petrolera, muy por encima de los campesinos. Según testigos, los uniformados amenazaban a la comunidad con “darles plomo”.

Uno de los campesinos, en las declaraciones a la prensa, aseguró que el Esmad “cometió un atentado terrorista contra el municipio de Valparaíso”, y luego agregó: “Las multinacionales en Colombia hacen lo que quieran, son superiores al gobierno. El gobierno agacha la cabeza para que ellos hagan todo lo que tengan por hacer”.

Así se construye la paz en las regiones por estos días. Campesinos desplazados, que dan pelea por su derecho a la tierra, su derecho a establecer procesos de resistencia en defensa de sus recursos naturales. De frente, un gobierno esquizofrénico, que usa a sus uniformados para cazar comunidades rurales, hostigarlas y amenazarlas.

Por mal que vayan las discusiones en La Habana, la apuesta de paz del gobierno de Santos debe verse en el territorio. Más allá de la voluntad de negociación que ambas partes tengan, la responsabilidad del gobierno con los derechos de los campesinos debe ser un acto de coherencia con sus propios discursos. En la comunidad de Valparaíso hay víctimas del conflicto armado, familias enteras que retornaron con miedo a sus tierras, y que ahora son víctimas de la alianza perversa de un gobierno que le pone precio a todo y que favorece a una petrolera por encima de los intereses de todo un pueblo. Y aún más triste, de todo un río.

@JavierOrtizCass
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