Me llamó mi amigo M. a decirme que había algo que lo tenía sumamente preocupado.

Temí lo peor: le habían encontrado alguna enfermedad, le habían ofrecido un puesto en gobierno, se había hecho fan de la novela de Diomedes.

—¿Qué pasó? —le dije—. ¿Te diomedizaste?
—Nada de eso —dijo—. Me tiene preocupado la reacción de la izquierda ante lo que está pasando en Venezuela.
—¿Cuál reacción? —respondí, aún sin entender.
—Precisamente: no ha habido ninguna.

Tenía razón, aunque eso no fuera nuevo. Desde el comienzo de la revolución bolivariana, la izquierda colombiana, y la del continente, ha incurrido en contorsiones asombrosas y caído en todo tipo de contradicciones para justificar los desafueros del chavismo. Ha hecho la vista gorda ante sus ataques contra la oposición y los estudiantes, y ha aceptado sus alianzas con regímenes antiprogresistas, como el iraní. Sus motivos para mirar para otro lado van desde la ingenuidad de quienes creyeron sinceramente en la ideología de la revolución, hasta la codicia de quienes prosperaron bajo la ideología del petróleo a 100 dólares. Pero ante la implosión del Estado venezolano ya no queda ni fe, ni plata, para tranquilizar las conciencias. Esa nueva situación es lo que justifica la inquietud de mi amigo: sería bueno saber cuál es la posición de la izquierda de aquí frente al resultado del proceso político de allá.

Porque bajo la revolución bolivariana, Venezuela sirvió de laboratorio para probar muchas de las ideas que la izquierda colombiana, en un momento u otro, ha defendido: proteccionismo, controles de precios, estatización de la economía, control de la explotación de los recursos naturales, “democratización” (vía nacionalización) de los medios de comunicación, primacía de “lo social” por encima de los demás temas de gobierno, demonización del sector privado e inculpación a los ricos y a los gringos por los problemas de la sociedad.

Todo eso derivó, como era de esperarse, en asistencialismo, retórica nacionalista, lucha de clases, violaciones de derechos, escasez de productos básicos, corrupción, mercados negros, destrucción del aparato productivo y una economía devastada. Digo “como era de esperarse” porque todas esas medidas han sido intentadas antes en otros lugares, con similares consecuencias. Pero este último intento de crear un Estado socialista nos debe interesar más porque, además de su cercanía, tiene una particularidad. A diferencia del caso cubano o del de Allende en Chile, cuyos fracasos se han intentado explicar por el bloqueo económico o el intervencionismo estadounidense, el caso de Venezuela no tiene excusas. Chávez y los suyos tuvieron amplísimo margen —e incluso apoyo— nacional e internacional para llevar a cabo sus reformas. Tenían, además, los bolsillos forrados. Los resultados están a la vista.

Así que sería muy importante para el discurso nacional que la izquierda colombiana se pronunciara frente a la crisis venezolana. Que nos diga, sobre todo, en qué se diferencian sus políticas y sus propuestas de las que ya fueron ensayadas, con clamoroso fracaso, en la nación de al lado. O que nos diga si no hay diferencias, con lo que quedaría claro que aún no es una alternativa creíble de gobierno para el país.

@tways / ca@thierryw.net