Pocos días después de que un copiloto de Germanwings estrellara un avión contra una montaña en Francia, matando a 150 personas, el presidente de Lufthansa, la empresa matriz, defendió su gestión ante la prensa: “Nuestros pilotos son y siguen siendo los mejores del mundo”, dijo Carsten Spohr. Era una extraordinaria muestra de la falta de humildad que dice mucho sobre la concepción que tienen muchos alemanes de su propio país. No sólo hemos conseguido hacer creer al resto del mundo que somos los mejores, sino que hemos llegado a creérnoslo también. Cuando la confianza en la perfección y fiabilidad de todo lo que se hace y produce en Alemania se ve sacudida de vez en cuando, el resultado es una enorme incredulidad y desconcierto, como ocurrió, por ejemplo, en 1998 cuando descarriló un tren de alta velocidad que costó la vida a 101 personas.

El escándalo del fraude en las emisiones de los coches de Volkswagen ahora presenta una nueva dimensión. No se trata de un fabricante mediano de electrodomésticos. Es la mayor empresa de automóvil de Europa y todo un símbolo de la industria alemana. En Alemania ya son conscientes de que el caso desborda el problema de una empresa en concreto y afectará a la imagen de todo el país. Un fabricante puntero alemán ha sido incapaz de producir motores que se adapten a los límites de emisiones, lo cual le ha obligado a hacer trampas. Y es sobre todo por esto: haber hecho trampa a sabiendas y, al parecer, en contra de advertencias muy tempranas. No quiero imaginarme las reacciones en los medios de mi país, si esto le hubiera pasado, digamos, a la italiana Fiat o a una marca china. “¡Tramposos! Siempre lo sabíamos”.

Volkswagen no es el primer gran ícono del Wirtschaftswunder, el ‘milagro económico’ alemán de la posguerra, que ha cometido fraude a gran escala. A Deutsche Bank le han caído multas multimillonarias por manipular los mercados de divisas y otros abusos, lo cual costó la cabeza a sus dos directivos. Aún así, en Alemania este banco sigue siendo considerado como un símbolo de fuerza y seriedad. Los mitos a veces tardan mucho en derrumbarse.

En Europa se nota una buena dosis de Schadenfreude, el disfrute del mal ajeno, después de que los alemanes, con la canciller Angela Merkel a la cabeza, lleven años dando lecciones a otros, en especial los países periféricos que tuvieron que pedir rescates financieros, como Irlanda, Portugal, Grecia y, aunque parcial, España. En otros países, como España, escándalos propios similares al de Volkswagen suelen provocar un ejercicio de autoflagelación colectiva–“siempre hemos sido así de malos”- que resulta excesivo. En Alemania, sin embargo, parece que pocas cosas sacudan la confianza ciega en la supuesta superioridad tecnológica y de gestión en general. No estoy seguro de si el escándalo de Volkswagen, que es muy, muy gordo, será suficiente para hacer recapacitar a mis compatriotas.

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