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En el calentamiento, previo al juego, en una cancha aledaña al Nuevo Estadio Carlos Dippors, de Arica, Chile, los soviéticos hacían, en parejas, alarde de fuerza. Entre las figuras gigantes de sus hombres, sobresalía Lev Yashin, La Araña Negra, el entonces mejor arquero del mundo.
En su turno, Colombia, en otro costado de la cancha, calentaba sus jugadores. Efraín Caimán Sánchez, portero de la selección hacía esfuerzos por romper el círculo de brazos y manos que sus compañeros, mientras daban vueltas, habían formado impidiendo su salida. Las risas de los suramericanos contrastaban con el rictus seco de rostros y la imponencia de la que hacían alarde los rusos.

La corpulencia de los soviéticos se reflejaba portentosamente en sus camisetas rojas donde sobresalía aquella impresionante sigla CCCP que hacía honor a la filosofía propia de los países de la cortina de hierro.

El partido estaba por comenzar y mientras tanto en las tribunas un minúsculo número de colombianos se mezclaba con otros suramericanos, especialmente de chilenos que estaban allí para ver la desigual lucha de poderes futboleros. Cual David y Goliat, así se presentía aquel duelo del grupo en el que también figuraban Uruguay y Yugoslavia.

Las voces del fútbol —los especialistas en la materia— lo daban por descontado: Rusia, entonces calificado entre los grandes del viejo mundo no tendría ningún problema frente a un rival desconocido al que por turno le habían puesto al frente. La goleada de los camisetas rojas sobre los apacibles colombianos a nadie sorprendería en esta versión de la Copa Mundo 1962, en Chile.

Bien temprano comenzó la fiesta. A los 9 minutos, el atacante Ivanof perforaba la red suramericana y su compañero Sisdelsko dos minutos después ampliaba la diferencia. Dos goles que parecían anunciar la goleada esperada. Más aún cuando a los 16 minutos, de nuevo Ivanof perforaba la red colombiana colocando un categórico 3-0 que para todos parecía irremontable.

Pero aquella historia apenas comenzaba a escribirse. A los 20 minutos, Germán Cuca Aceros, en una bonita descolgada por la derecha y un globito precioso, superaba al gigante Yashin en el gol del descuento colombiano sellando el marcador 3-1 en el primer tiempo.

La segunda parte del juego se alternaba en dominio de los contendores. Pero serían los rusos los que volverían a golpear. A los 15 minutos el jugador Bolitenik consigue la cuarta conquista soviética y ello hacía creer que las aguas volvían a su cauce normal para los favoritos.

Pero nada estaba escrito como cierre de aquel capítulo. Porque a los 23 minutos se produciría el hecho más significativo e importante para Colombia. Un ataque suramericano obligó al tiro de esquina. El barranquillero Marcos Coll era el designado para cobrar por ese costado. Aceros lo haría por el lado derecho.

Marcos Coll apuró el paso, colocó el balón en el ángulo correspondiente mientras sus compañeros tomaban posiciones de ataque y los gigantescos rusos se alinearon para custodiar el arco de Lev Yashin. El borde interno del pie derecho de Coll pegó recio en el balón que tomó media altura en forma perpendicular a la última línea. El defensor de las 16,50 vio pasar la pelota haciéndole calle de honor con la vista; atrás el otro zaguero que protegía al arquero en las 5,50 metros igualmente quedó petrificado y el portero Yashin increíblemente solo veía cómo aquella pelota hacía un pique hazañoso, se doblaba hacia su derecha y penetraba en el arco.

El autor del gol corrió en diagonal buscando el centro de la cancha mientras sus compañeros corrían de todas partes para felicitarle por la anotación que colocaba 4-2 el score. Adolfo Pedernera, el entrenador argentino de Colombia, levantó los brazos en señal de júbilo y esbozó una sonrisa de complacencia.

El gol animó más a los colombianos que siguieron atacando a los sorprendidos rusos que no creían lo que estaba ocurriendo. Más sorprendidos aún cuando a los 25 minutos Toño Rada aprovechando un mal despeje ante un remate de Marino Klinger remató fuerte abajo lado izquierdo del portero Yashin colocando el 4-3.

La sorpresa se convirtió en angustia para los soviéticos cuando a solo 4 minutos del final, Toño Rada cabalga raudo por el campo, atraviesa la línea media y coloca un pase a ras de piso para Klinger, quien velozmente riega las marcas, elude al portero y remata al arco para colocar el 4-4. ¡Increíble, Colombia acaba de igualar con la poderosa Unión Soviética y el mejor arquero del mundo ha sido castigado severamente por un grupo de minúsculos colombianos. Pedernera y todos los de la banca técnica se abrazan y festejan aquella hazaña. Hay quienes afirman que si el partido dura unos minutos más Colombia hubiera sido el ganador.

Aquel 4-4 histórico para Colombia y para el mundo futbolístico se convirtió en el hecho más importante de aquella jornada y de casi todo el torneo mundialista en el que Brasil con sus ases encabezados por Garrincha y Pelé, conseguiría su segundo título de campeón mundial.

La hazaña colombiana fue calificada como uno de los grandes acontecimientos del Mundial de Chile. Aquel 3 de junio de 1962 Colombia escribió una gloriosa página de fútbol; al margen que días después hubiera sido goleada por Yugoslavia 5-0.

“Ese gol fue un regalo de dios que todavía disfruto”
A sus 76 años, y 12 mundiales después de aquella epopeya, para el autor del gol olímpico, Marcos Coll Tesillo, hijo del también primer árbitro colombiano reconocido por la Fifa (1936) Elías Coll Tara, esa anotación fue decisiva en el transcurso de su existencia. “A partir de ese momento, no solo comenzaron a llamarme El Olímpico Marcos Coll, sino que también se me abrieron muchas puertas. Fue un regalo de Dios que todavía disfruto con mi familia”.

Marcos recuerda aquel momento. Mientras esboza una leve sonrisa de felicidad y sus ojos brillan de emoción dice: “No fue como los tradicionales goles olímpicos que van por arriba. Le pegué al balón a media altura, con un efecto que dio sus frutos. La pelota hizo su recorrido y por el efecto que llevaba, picó a pocos centímetros de la línea de gol y se coló entre el palo y el cuerpo de Yashin”. Compara aquello con la caída del Muro de Berlín: “Rusia se vino abajo, Yashin se molestó con sus compañeros y Colombia se hizo dueño del partido; unos minutos más de juego y hubiéramos ganado”.

Marcos Coll comenzó a jugar profesional con el Medellín, con el que fue campeón en 1955 y luego fue al Tolima donde actuó 5 temporadas antes de pasar al Bucaramanga. Jugó en el América, regresó al Tolima y de allí en 1969 vino al Junior donde terminó su carrera en 1971.

Por Ahmed Aguirre Acuña
Especial para EL HERALDO