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En una información deportiva procedente de Australia pudimos ver muy de pasada el nombre de la cancha de tenis donde se estuvo verificando hasta la semana pasada nada menos que el torneo mundialista de aquella descomunal isla-continente, como se le llama en muchos medios por sus dimensiones. ¿Vieron los amantes del tenis su nombre? ¿No? Se llama Rod Laver, en honor a uno de los más grandes tenistas australianos de todos los tiempos.

Por supuesto que sonreímos al ver que una idea que en Barranquilla prendió su llamita primero que en cualquier otra parte del mundo, en 1.945, ha ido abriéndose paso con lentitud pero con firmeza, bautizando los grandes y pequeños recintos deportivos – no como se venia haciendo desde la noche de los tiempos, con los nombres de expresidentes o el consabido 'municipal' o fechas históricas – sino con los nombres de deportistas grandiosos, sin tachas, a manera de testimoniarlos ante la faz pública, inclusive para salvarlos de la ingratitud y del olvido que cae sobre todos ellos, a los pocos, poquitos años de su retiro.

La iniciativa surgió en 1945 cuando Marco Aurelio Vásquez, gran periodista deportivo bajo el pseudónimo de Niño Yeyo, del cual no tienen ni idea el 99% de colegas y coleguitas del patio, que vaya si se puede deducir del resto del país, por la muerte tan inesperada como conmovedora de Tomás Arrieta, el primer pelotero colombiano que salió a jugar al exterior. Y se le estampó su nombre a la palangana inicua que en 45 días Tulio Pretelt y 40 albañiles hicieron para que hubiera béisbol en los V Juegos Centroamericanos y del Caribe, la peor cosecha en la historia de esos juegos, en materia de escenarios. ¿Por culpa de quienes? De los propios barranquilleros, divisionistas a morir e incapaces de aglutinarse en pos de un proyecto cualquiera en beneficio de su tierra, como sí se ve en casi todas las demás regiones del país.

Por eso, en lucha a brazo partido, el 'puñadito' de 'ñeros' auténticos hemos logrado que todos nuestros estadios lleven nombres deportivos, contrariando a los zapadores antideportivos que acá tenemos 'que hacen olas', como decían nuestros mayores. Para ellos el estadio no se llama Meléndez', sino metropolitano.

Todavía mejor para ellos ahora es 'Metro', porque la misma estitiquez mental que los adorna, también es labial, y les gusta lo cortito.

En cambio, en Cali y Medellín y también en Bogotá se abre paso la idea de 'deportivizar' el bautizo de los nuevos estadios. Y de paso para que coman bolitas de coco todos estos 'barranquilleros' que cargan unas comillas como ganchos de carnicería, por lo que tanto 'aman' la ciudad que en tan mala hora los tuvo que parir.

Por Chelo de Castro C.