El drama que está padeciendo Venezuela debe preocuparnos a todos los latinoamericanos. Y muy particularmente a los colombianos, que a lo largo de nuestra historia hemos mantenido con ese país unos lazos inextricables, resultado de una intensa vecindad.

El gobierno de Nicolás Maduro, con sus modos autoritarios y su caótico manejo de la economía, ha colocado a Venezuela al borde del abismo, si es que no está ya en él. Los barranquilleros y los costeños estamos conociendo en su cruda cotidianidad la situación del país vecino a través de los miles de inmigrantes que llegan a nuestras tierras en busca de futuro.
La oposición venezolana está intentando poner fin a la era Maduro mediante la vía democrática, utilizando la mayoría que ostenta en la Asamblea Nacional. La estrategia consiste en convocar, mediante recolección de firmas, un plebiscito revocatorio.

Sin embargo, Maduro ha activado todos los resortes de poder a su disposición –que incluyen el control de la Corte Suprema y el Consejo Nacional Electoral (CNE)– para torpedear la iniciativa de sus detractores. Hace algo más de una semana, el CNE suspendió el proceso de acopio de firmas, con el argumento de que se habían detectado fraudes en distintas provincias.

Resulta evidente que la estrategia del Gobierno consiste en poner piedras en el camino e impedir que el plebiscito se celebre antes del 10 de enero, pues esto obligaría, en el caso de que Maduro perdiese, a convocar nuevas elecciones. En cambio, si la consulta se realiza después de esa fecha, y el mandatario resulta derrotado, sería reemplazado por su vicepresidente hasta el final del mandato, en 2019, con lo que el chavismo se aseguraría un tiempo más en el poder.

Contrariada por las trabas y preocupada porque el tiempo juega en su contra, la oposición ha programado una marcha de protesta para el 3 de noviembre, que terminaría frente al Palacio de Miraflores, sede presidencial. El clima de alta tensión política y social que se vive en Venezuela no permite, lamentablemente, presagiar que dicha manifestación discurrirá de manera pacífica, sobre todo si se considera que el chavismo podría convocar una contramanifestación al mismo tiempo, como ha hecho en otras oportunidades.

Venezuela no se merece esta desventura. Miles de ciudadanos de todas las clases sociales están abandonando el país porque la situación se ha vuelto irrespirable para ellos. Carestía de bienes esenciales, penurias económicas y desnutrición son algunos de los males que aquejan a la otrora próspera sociedad venezolana.

La comunidad iberoamericana, que el fin de semana celebró en Cartagena su cumbre 25, se muestra incapaz de encontrar una salida a la encrucijada. Al menos debería hacerle ver a Maduro que, si el país se ve arrastrado a un conflicto de mayores dimensiones, él será el máximo responsable y deberá pagar las consecuencias.