Desde hace tres años los conductores que transitan por la vía Sabanilla – Salgar, en la zona que colinda con las canchas de golf del Country Club, se encuentran por las tardes con una inusitada y particular escena: un motorizado detiene su AKT negra, hace sonar la bocina y entre ladridos y saltos por lo menos 6 perros callejeros acuden a su encuentro.
Todos menean sus colas para darle la bienvenida.
La escena se repite cada día, de lunes a lunes, entre 4:30 y 5:00 p.m., en el momento en que el guarda de seguridad termina su turno de 12 horas en una de las viviendas del sector de Punta Roca.
Antes de irse a casa, José Alfonso Martínez acude puntual al encuentro con los caninos criollos, a los que alimenta y cuida por iniciativa propia y con sus propios recursos. Para él cada cita representa 'el profundo amor y respeto' que les profesa a estos animales.
La vida en el campo. Martínez nació en el municipio de Urumita, La Guajira, en 1968. Llegó a Barranquilla en 1991 luego de prestar su servicio militar obligatorio. Desde entonces se estableció en el populoso y carnavalero Barrio Abajo.
Cuando niño vivió en el campo rodeado de animales, a los que aprendió a querer y cuidar, en especial a los perros de su casa. Es quizás por eso que desde hace cerca de 19 años anda en su motocicleta haciendo las veces de ángel custodio de cuanto can desvalido encuentra en su camino o llega al lugar donde a él le ha tocado trabajar.
'No hago parte de ninguna organización ni fundación animalista', explica y recalca que tampoco recibe subsidio del Estado.
Como el Capitán Centella, el héroe de la tira cómica, José Alfonso sale en su motocicleta no a combatir a malvados villanos que buscan destruir el mundo: a cambio de una capa y lunas sicodélicas en su espalda, él carga en el baúl de la AkT con, por lo menos, cinco libras de concentrado, varias botellas plásticas vacías que ha convertido en tazones para que los perros coman, tarros con agua fresca y uno que otro medicamento para aplicarlo en la piel de los perros o para desparasitarlos.
Fenómeno en las redes. Durante años su labor había sido anónima. Solo uno que otro animalista conocía de su trabajo silencioso, pero la semana pasada Edgardo León Hernández, uno de los usuarios de la vía, lo encontró en el sector de Sabanilla alimentando a los caninos y grabó un corto video en el que Martínez asegura que esa es su forma particular de dar el diezmo.
La grabación, que fue subido a Facebook, hoy cuenta con más de 91.000 visitas y todo tipo de comentarios positivos, que alientan a este sencillo hombre de campo a continuar con su labor.
Su historia llegó a EL HERALDO a través de Wasapea a El Heraldo 3104383838, en la que este diario invita a sus lectores y usuarios virtuales a que envíen sus denuncias o historias dignas de contar, como la de José Alfonso.
Los perros lo reconocen a lo lejos y antes de que baje de la moto lo rodean.
Salvado de un ataque. 'No sé por qué, pero siempre me la he llevado bien con los perros', explica el vigilante mientras carga a uno de los animales que alimenta en Sabanilla.
Dice que en los sitios en los que le ha tocado vigilar empiezan a aparecer y él les da comida, lo que hace que los caninos se 'vuelven mis compañeros de turno'.
Antes de estar en Punta Roca trabajó de noche en el Centro de Barranquilla. Allí estuvo un año. 'Sin darme cuenta, llegué a tener la compañía de cuatro perros callejeros que estaban conmigo en las madrugadas', recuerda Martínez desde su actual puesto de guardia, con su uniforme azul y acompañado por dos enormes canes custodios de la propiedad, un Pastor Alemán y un Dálmata.
Con especial agradecimiento, cuenta lo que le sucedió en el Centro durante uno de sus turnos: 'Una vez en el Paseo Bolívar, como a las 2 de la madrugada, sentí de repente el ladrido de uno de los perros que me acompañaban y cuando voltee me encontré con un tipo que se me venía encima con un cuchillo. La perra del grupo mantuvo a raya a este desconocido y prácticamente me salvó de ser atacado. Eso no se me olvidará nunca'.
Todos los días. La camada de Sabanilla la descubrió cuando se acomodada a su nuevo puesto de trabajo. En uno de los recorridos para llegar a Punta Roca encontró, a un lado de la carretera, a dos perras flacas desnutridas y recién paridas que, al igual que los cachorros, estaban expuestas a un accidente.
Desde ese instante no ha pasado un solo día sin que él llegue a llevarles agua y comida. Incluso lo hace cuando descansa.
'De esa camada solo sobrevivió una perrita, los demás fueron atropellados. Después volvieron a parir y los cachorros pudimos darlos en adopción. Tengo tres personas y algunas fundaciones que me apoyan para buscarles refugio u hogar a las crías', cuenta Martínez quien de su bolsillo invierte unos $150.000 al mes en concentrado. 'Compró un saco de $57.000 y cuando se me acaba sigo comprando suelto, hasta que me pagan', explica en detalle.
Su esposa Candelaria Correa lo apoya en su labor y también le ayuda a buscarles hogar a perros que rescata de la calle. Además, todas las mañanas, a las 5:30 a.m., le empaca a José Alfonso en el baúl de la moto el concentrado, los tarros vacíos y con agua para su otro trabajo no remunerado.
El cuidado. 'Tres de las perras que andan por el monte en Sabanilla la hemos esterilizado y la verdad es que si yo no las alimento creo que se mueren de hambre. Hago esto porque me nace, porque me duele ver un animalito pasando trabajo', confiesa el vigilante.
Al bajar de la moto rodeando por los animales y bajo la mirada de quienes viajan en buses, taxis o carros particulares, este hombre bajo de estatura y de andar pausado saluda a los animales con afecto y uno a uno les va sirviendo su ración de alimento y agua. 'En ese momento aprovecho para revisar que se encuentren en buen estado, que no hayan sufrido golpes ni cortaduras', señala.
A sus 46 años, con tres hijos y dos nietos, el guardia asegura que estos animales abandonados son 'como parte de mi familia' y expresa que aunque 'muchas veces me han llamado loco porque les hablo como si me entendieran', a él eso poco le importa.
Tampoco le importa que sus esfuerzos no se vean retribuidos en 'honores y aplausos', de acuerdo con sus propias palabras. Martínez señala que el solo hecho de 'recibir la gratitud' que ve reflejada en el alegre batir de las colas y las miradas de agradecimiento que le regalan sus ‘hijos adoptivos’ son suficientes estímulos para continuar su labor: 'Hasta que las fuerzas me acompañen'.
Después de alimentarlos y consentirlos, el héroe anónimo y urbano de los perros callejeros sube a su moto y se pierde en la autopista, dejando atrás a la camada de caninos y a un sol anaranjado que, a esa hora crepuscular, luce gigantesco y se apresta también a desaparecer en el horizonte.
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