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Con la voz ronca de tanto gritar a las multitudes que llenaron la Plaza de Bolívar durante toda esta semana, los gestos cansados pero tranquilos y suficientes, los ojos coloreados de rojo hacia el contorno y una estampa menuda que le da un sorpresivo aire de fragilidad, el alcalde de la capital, el cordobés izquierdista Gustavo Petro, recibe en el Palacio de Liévano a EL HERALDO.

Es el final de la tarde. Afuera del despacho se escucha el estruendo de los manifestantes y entran por las rendijas las luces de una navidad que no ha sido del todo negra para el alcalde, pues su destitución e inhabilidad han sido puestas en entredicho por una insospechada y gigantesca movilización popular y una quizá aún más insospechada reacción de la Fiscalía, el gobierno y la comunidad internacional, que lo han convertido en la envidia de cualquier político que quisiera congregar, de manera espontánea, a decenas de miles de seguidores bajo el balcón de su casa, como romeos que lo escuchan, lo ven a los ojos, y le creen.

Está acompañado por su esposa, la sincelejana Verónica Alcocer, y del secretario del IDRD, el barranquillero Máximo Noriega. Los periodistas han esperado más de nueve horas para hablar con él. No es un secreto la animadversión que existe entre los medios y Petro. De hecho, empieza diciendo en la entrevista que 'es el primer medio nacional con el que hablo tras el fallo'.