El país estaba en lo suyo: reinas y fútbol. Beatriz Álvarez, del Chocó, acababa de ser elegida “reina madre” en el Concurso Nacional de Belleza, asegurando sentirse sorprendida de que ella “tan gorda y tan fea”, con los dos metros de tela floreada que había comprado a las volandas en un almacén de Cartagena, hubiese alcanzado semejante honor. El fútbol no se quedaba atrás. Para ese seis de noviembre de 1985, a las ocho de la noche, estaba programada la primera fecha del octogonal final del torneo colombiano.
En Barranquilla Junior recibía al Medellín, mientras que el otro equipo de la Costa, Unión Magdalena, visitaba a Millonarios. Equipo fuerte e intocable en su patio, con una pléyade de recias figuras samarias en eficiente con armonía con figuras extranjeras, el Unión de Eduardo Retat había logrado clasificar de séptimo y era uno de los equipos que se ilusionaban con la posibilidad de destronar al gran coloso América de Cali.
Ese miércoles, a las 11 y 35 de la mañana, las dos fiestas nacionales recibieron una noticia que amenazaba con aguarlas: el M-19 se había tomado el Palacio de Justicia. El reinado resolvería eventualmente a su manera, con fórmulas cosméticas como la de vestir a las candidatas cual viudas de postín. El fútbol, a su vez, no parecía tener fórmula.
Eduardo Retat, hablando ayer desde Santa Marta, dijo que recordaba que, a medida que se intensificaban los hechos en el Palacio de Justicia, comenzó a correr el rumor de que no habría partidos. Retat recuerda a la Bogotá que vieron ese 6 de noviembre. Reinaba la soledad, la angustia, la gente deambulaba como legiones de almas muertas por las calles.
El defensa Alfredo González cuenta que el equipo se hospedó en el viejo hotel Dann, avenida 19 No. 5-72, es decir, a unas 14 cuadras de la Plaza de Bolívar, donde al mediodía ya el M-19 se había tomado por completo el palacio mientras el Ejército respondía a sangre y fuego.
“Me acuerdo que no nos dejaban salir a la calle”, dice González. “Estábamos encerrados en las habitaciones y escuchábamos clarito los disparos y el estruendo en la plaza”.
A su vez, desde Argentina, el delantero Daniel Teglia contó: “Nos despertamos cerca del mediodía porque jugábamos por la noche y nos enteramos del tema por la Cadena Uno. Nosotros los argentinos estábamos mas tranquilos porque quizá ya habíamos vivido cosas similares en nuestro país, por las dictaduras militares.”
El hoy técnico de Junior José Eugenio Cheché Hernández jugaba en Millonarios. Esto recuerda: “Todo el día estuvo en un suspenso terrible, no sabíamos qué iba a pasar con nuestro país. Lo último que se debía realizar ese día era la fecha de fútbol porque la gente estaba en otra cosa, sobretodo en Bogotá. Lo más curioso de todo es que cuando nuestro técnico Luján Manera dice que había una petición del Gobierno que para no alterar el orden público debíamos jugar, yo me pregunté: ¿Cuál orden público si todo está hecho un caos? Hicimos hasta lo imposible para no jugar pero nada, nos dijeron que las órdenes venían muy de arriba.”
Santa Marta, a 924 kilómetros de Bogotá, no podía mantenerse al margen de lo que estaba ocurriendo. El comentarista deportivo Álvaro Mestre cuenta que para la capital magdalenense la toma del Palacio de Justicia era un tema particularmente sensible. Había sido un samario, Jaime Batemán Cayón, quien había fundado el M-19 y la radio decía que otro hijo de esas vecindades, el cienaguero Andrés Almarales, comandaba la toma. Además, entre los rehenes se encontraba el también samario José Eduardo Gnecco Correa.
“Quizás había un poco de interés en el partido —Mestre cuenta— pero lo de la toma nos tenía atónitos”.
Dice Retat que los rumores que circularon a lo largo de la tarde, en el sentido de que no se jugaría la primera fecha del octogonal, llegaron a su fin cuando el gobierno no sólo dio vía libre para que la fiesta del fútbol se celebrara en medio de las llamas y los truenos del Palacio de Justicia, sino que hizo un anuncio que a muchos dejó estupefactos: el partido Millonarios-Unión Magdalena sería televisado en directo.
La Ministra Noemí Sanín había entendido que si bien ella había logrado modernizar la televisión con la ley 42 de ese año, jamás iba a permitir que esa herramienta se empleara para transmitir la toma en vivo y en directo. El gobierno puso así en marcha un plan que incluía el acallamiento de las emisoras radiales y que hoy es considerado como una mayúscula censura, una histórica coerción a la libertad de expresión, adjudicada a ella y a Belisario Betancur.
Al respecto ha dicho Sanín Posada: “Yo evité con el Gobierno y con la fuerza pública que los del M-19 se tomaran como quisieron, el poder. Era mi obligación y había que cumplir con la ley y con el deber”.
Así las cosas, la pelota rodó en El Campín, en una noche gélida en que casi nadie estaba en Colombia ni para sonrisas ni para goles.
El productor de TV Jairo Quintero estuvo a cargo de la transmisión:
“Recuerdo que fue por la tarde cuando de pronto llegaron unos representantes del Ministerio de Comunicaciones diciéndonos que era obligación ir a transmitir el partido de Millonarios Unión Magdalena, para distraer un poco la atención nacional.”
Fue un lánguido partido con un estadio vacío y apesadumbrado, y un rating mucho más bajo de lo esperado. Quintero la define como “una noche fría y triste. Se escuchaban todavía bombardeos y había un ambiente muy pesado en la ciudad.”
Millonarios dio cuenta del ciclón bananero dos a cero, y la toma duraría 17 horas más. “Jugamos bien, pero algunos compañeros se le arrugaron a la altura”, recuerda Alfredo González.
Ni ganadores ni perdedores hoy están orgullosos de haber sido parte del juego. Más bien se sintieron, y aún se sienten, utilizados: tanto humo brotó esa noche desde el Palacio de Justicia, que ni la gigantesca cortina de humo, montada desde la televisión nacional, sirvió para esconderlo. (Con el apoyo periodístico de Gabriel Jessurum y Saith Férez).
Por Ernesto McCausland Sojo