Compartir:

Por patrimonio arquitectónico se entiende, como dicen los expertos, el conjunto de bienes edificados heredados del pasado de un país o de una ciudad. Tienen estos bienes un valor cultural, un valor estético inapreciable, y es deber de las autoridades protegerlos.

En Barranquilla ha ocurrido todo lo contrario, porque el afán de renovación ha podido más y prevalecido sobre las minoritarias, débiles y escasas voces conservacionistas. En otras partes del mundo, una de las mayores preocupaciones ha sido proteger las construcciones que nos han legado las generaciones anteriores. No hemos entendido en Barranquilla que cada joya de la arquitectura que se tumba significa demoler una pieza de incalculable valor documental e histórico.

De nuevo, en estos días, se han disparado las alertas a raíz del anuncio de derribar una bella casa en la carrera 57 con calles 79 y 80. Especialistas como el arquitecto Carlos Bell Lemus han manifestado que una vez más se pone de presente la escasa importancia que le seguimos prestando a nuestro rico patrimonio. Y ha pedido Bell al Gobierno Distrital que intervenga en el asunto y frene semejante decisión.

Ha sido progresiva la destrucción en la ciudad de su vieja arquitectura. Una conciencia predadora, en aras de supuestos conceptos más avanzados en materia de urbanismo, fue arrasando con lo que edificamos pacientemente a lo largo de décadas enteras. Los apologistas de un discutible modernismo se impusieron sin encontrar resistencia alguna en la institucionalidad pública, y fueron cambiándole el formato estético a Barranquilla.

Evidencia todo esto que no había en los conductores de lo público una conceptualización clara sobre nuestra estética de ciudad y por eso no afloró nunca una defensa férrea y resuelta de nuestros bienes edificados. Cuando reaccionamos, hace algunos años, ya parte del daño estaba hecho y logramos detener, afortunadamente, este crimen urbano. Gracias a ello, Barranquilla puede ufanarse aún de conservar una parte de su belleza arquitectónica y hoy muchas de nuestras tradicionales edificaciones son el escenario de diversas actividades.

Hay que entender que el patrimonio material es un bastión de la memoria social, una herramienta para el conocimiento histórico. Y la valoración de estas herencias materiales nos viene de Europa, donde primero tomaron conciencia del significado de los patrimonios arquitectónicos.

De modo que es deber nuestro tutelar los bienes culturales. El Gobierno Distrital tiene que ponerse en guardia e impedir cualquier amago de demolición de nuestro patrimonio edificado. Es rentable conservarlo para la imagen de la ciudad. Demoler los bienes culturales significa renunciar a nuestra propia historia. De hecho, ya lo veníamos haciendo hace algunos años por culpa de unos insensatos.

Barranquilla tiene que proteger su patrimonio, y una de las tareas seguramente pendientes, y que va en esa dirección conservacionista, es tener un inventario completo, minucioso, de sus bienes materiales. Es una información que la Alcaldía tiene que poner al alcance de la ciudadanía. Es un inventario que tiene que mostrar, con precisión de detalles, para que sepamos dónde está cada casa, cada edificio, su estado, sus características, su año de construcción, etc. La protección de la casa en peligro, que motiva este editorial, es parte de esta cruzada que EL HERALDO apoya totalmente.