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Canadá no es un lugar que inmediatamente evoque ideas de alta tecnología; más bien nos recuerda olimpiadas de invierno, hojas de arce y algunos alces huraños.

Tampoco es conocido porque sus gentes sean descorteses; por el contrario, tienen una fama muy merecida —he estado allí— de ser educados y amables hasta el extremo. Por eso es curioso que de allí haya salido un producto que se convirtió en una síntesis de tecnología y mala educación. Hoy, su fabricante está pasando por su peor momento.

La empresa en dificultades es RIM, el inventor canadiense de los omnipresentes y molestosos teléfonos BlackBerry. Molestosos, digo, para los que no los usamos, que ya nos hemos acostumbrado a tener que mirar constantemente la parte de arriba de la cabeza de sus usuarios, siempre gacha y enfocada en el ballet de pulgares en que se ha convertido la comunicación moderna. El chat en el BlackBerry ha transformado la vida misma; desde que existe ya nunca fueron iguales la conversación, las reuniones de negocios, la cenas en los restaurantes, la seguridad vial. El incesante bip de esta máquina de interrupciones ha producido en la cotidianidad el nivel de estrés de un controlador aéreo.

No son esas características molestas del usuario ‘blackberriano’ la fuente de la amenaza para su fabricante —por el contrario, son los signos de su tremendo éxito—, pero RIM sí parece estar a punto de ser víctima de su propio invento. No porque de repente se vaya a poner de moda la cortesía de no usar el chat en ciertas situaciones (esa batalla ya se perdió hasta para los canadienses), sino porque el monopolio cerrado de RIM sobre el mundo del chat móvil está próximo a convertírsele en un problema.

El éxito del modelo de negocios de RIM consistía en que todo el mundo, o casi todo, tuviera un BlackBerry. Como el bar de moda al que uno quiere ir porque todo el mundo va a estar allí, cada nuevo usuario añadía un nodo más a la red y generaba un incentivo adicional para que llegaran más y más usuarios. El proceso parece infinito, pero se cae más rápido que una pirámide en el Putumayo si surge un nuevo bar más atractivo y los clientes comienzan a emigrar. Y hoy hay dos nuevos bares de moda en el mundo. Se llaman iPhone y Android.

El primero le está sonsacando a RIM los clientes de gama alta, que son los más lucrativos. El segundo está a punto de inundar el planeta de teléfonos inteligentes a menos de cien dólares. Ambos tienen aparatos al lado de los cuales los BlackBerry más sofisticados parecen herramientas paleozoicas. El diagnóstico es crítico.

Los millones de usuarios nuevos de teléfonos inteligentes de distintas marcas querrán comunicarse entre sí, sin restricciones. Surgirá una nueva lingua franca que permita la comunicación entre todos ellos, y en ese nuevo contexto el BlackBerry Messenger, el arma mortal de RIM y la razón de su éxito, será relegado a dialecto de gueto. Para evitar marginarse, RIM deberá abrir su sistema para que se pueda comunicar con todos los demás dispositivos. Pero en el instante en que lo haga, los consumidores habrán perdido el último motivo vigente para comprar sus equipos. Es una espiral de muerte.

Los inversionistas ya lo entendieron, y esta semana mandaron la acción de la empresa 21% hacia abajo. La compañía ya anunció despidos. La desbandada de usuarios parece inevitable y se consolidará en 2012. Nadie —ni sus directores— parece entrever una estrategia de salvación. La lección es que los clientes tarde o temprano rechazan los ecosistemas cerrados, particularmente en tecnologías de comunicación. Eso estará bien para alces huraños, pero no para el inquieto consumidor actual.

Por Thierry Ways
cod-ab@thierryw.net