“El oía cuentos” declaró la voz de Juancho Jinete en uno de los casetes de entrevistas que había hecho Silvana Paternostro para su libro, Soledad & Compañía, y que hace 14 años yo desgrababa en mi apartamento de Bogotá. “Una vez Álvaro Cepeda me dijo: Juancho vamos a Valledupar que Escalona nos ha invitado. Entonces nos fuimos allá, a Valledupar y Escalona nos estaba atendiendo y la cosa… entonces Álvaro me dice: este hombre nos va a dar solo ron, ron, ron, pero yo quiero hablar, buscar historias, esta vaina no va a ser solo parranda tras parranda. Entonces nos entregaron un jeep de esos que eran los taxis de allá y nos fuimos a buscar la historia de La Custodia de Badillo”. Cepeda y Gabo competían para ver cuál de los dos lograba escribir primero los cuentos que les llegaban de la tradición oral, y la historia que Jinete y Cepeda encontraron en ese viaje no alcanzó a llegar a la literatura; Cepeda no la escribió, no cupo en la curaduría de Soledad & Compañía y hasta el día de hoy ha permanecido inédita, viviendo en la memoria de Silvana y en la mía.

Cepeda quería averiguar la historia detrás del vallenato de Escalona, que de manera velada denuncia en sus letras al ladrón de la custodia, una reliquia colonial que había sido cambiada por una copia falsa. “Lo que pasa es que la tiene un ratero honrado, lo que ocurre es que un honrado se la robó”. Según el vallenato, el ladrón era el mismo cura del pueblo y por eso “parece que el inspector como que tuvo miedo, mucho miedo en este caso para proceder”. Sin embargo, Escalona echa su puya y en otro verso afirma “Ay! compadre cola jerre, cuando tengas fiesta, hombe que abra bien los ojos para vigilar, con una 45 en la puerta e’ la iglesia, todo al que tenga sotana no lo deje entrar” y finalmente recomienda que “al terminar la misa, que se pongan del cura pa’ bajo a requisar”.

El robo quedó impune y aunque muchos sabían que el autor era el cura, le echaron la culpa a Enrique Maya, que “tenía fama” porque antes había “tomado prestado” un San Antonio. ¿Por qué y para qué? Según cuenta Juancho Jinete, “Resulta que había una sequía, que no llovía, entonces había que hacer una parranda que ellos hacen. A los cinco días sacan el santo (San Antonio) y le hacen una novena y cayó el aguacero y tal. Entonces este hombre en un pueblo vecino no le llovía tampoco, entonces le dijo al amigo ¿quién te hizo el milagro? Entonces este (Maya) se fue a ese pueblo y se metió en la iglesia y cogió al santo y lo amarró a Santa Rita y empezó a hacer las rogativas tocando, bailando. Al séptimo día cayó un palo de agua, que no escampaba, se ‘esmierda’ el agua, y agua y agua.” Entonces Cepeda preguntó “¿Pero pa’ que amarró a Santa Rita con San Antonio?” y le contestaron “Ay, Don Álvaro ¡pa’ que tiraran!”

“Entonces, Álvaro se voltea así y me dice a mí: oye h.p., ¡ahora cuéntaselo a García Márquez pa’ que me robe el cuento!” Juancho Jinete se mordió su lengua chismosa y nunca se lo contó.

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