La gran manifestación del domingo en París por los atentados contra la revista satírica Charlie Hebdo y el secuestro en un supermercado judío a manos de terroristas islamistas –que junto con el asesinato de una policía se cobró 17 víctimas– fue una poderosa expresión colectiva en defensa de la sociedad libre.
La presencia de unos 50 líderes políticos, la mayoría europeos, junto al lema de ‘Je suis Charlie’ sin embargo resulta algo hipócrita. Las medidas que han anunciado varios gobiernos en respuesta a la masacre de Francia en buena parte van en contra de las libertades que dicen defender. Además, algunos de los dirigentes presentes no muestran el mismo compromiso con la libertad de expresión en sus países, donde se somete a gran presión los medios públicos y privados. La justificación para ejercer un mayor control sobre los ciudadanos y posiblemente restringir la libertad de movimientos, en palabras del primer ministro francés, Manuel Valls, es que “Francia está en guerra contra el yihadismo y el islamismo radical”.
Probablemente solo se refiere a los predicadores y células que reclutan yihadistas en Europa y no a sus amigos y patrocinadores en países como Arabia Saudí, uno de los principales aliados del mundo occidental en Oriente Medio, gracias a su petróleo y posición geoestratégica. Es bien conocida la relación de grupos terroristas con algunos elementos del régimen saudí, desde los atentados del 11-S en EEUU hasta la aparición del Estado Islámico que sacude a Siria e Irak. El principal problema, sin embargo, es que Arabia Saudí hace una interpretación del Corán que no dista demasiado de la de los yihadistas. Así, niega derechos a las mujeres –que son encarceladas por conducir un coche, por ejemplo- aplicando la versión más retrógrada y machista del Islam.
Mientras los dirigentes europeos se solidarizan con Charlie Hebdo y advierten contra la islamofobia, no dicen nada en público sobre la condena de un activista en Arabia Saudí por abrir una página web que invita a la discusión sobre la religión en el país. Raif Badawi ha recibido una pena de diez años de cárcel, una multa y 1.000 latigazos, que le serán aplicados a razón de 50 por semana. Su crimen, “insultar el Islam”, el mismo que le ha costado la vida a los dibujantes de la revista francesa. Tal bestialidad se puede calificar sin duda como terrorismo de Estado. Pero nuestros gobiernos prefieren callar, supuestamente, por intereses económicos y para garantizar cierta estabilidad en esta volátil región. Las empresas también claudican. El Real Madrid, el equipo de James, estudia retirar el pequeño crucifijo de su escudo en los productos que vende en los países árabes para que nadie se sienta ofendido. Ceder ante la intolerancia es un gesto indigno y contraproducente. ¿Cómo vamos a evitar que los jóvenes musulmanes en Europa caigan en las redes de los islamistas si nos quedamos mudos ante países aliados que hacen del fundamentalismo su forma de Estado?
@thiloschafer