El martes pasado, en la Biblioteca Meira Delmar, fui uno de los que le dijeron a la boliviana Magela Baudoin que el sábado siguiente la esperaríamos de regreso en Barranquilla para que celebrara entre nosotros la obtención del II Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, cuyo fallo se daría a conocer el viernes en Bogotá. Fue, claro, un modo de desearle el triunfo, o de “ensalmarla”, como diría ella misma la noche en que, en efecto, recibió el galardón.

No fue la nuestra una simple muestra de cortesía; no, al menos, en mi caso: después de oír su intervención de esa tarde ante el público, tenía cierto fundamento para desearle que ganara. Me había gustado el cuento que leyó, Amor a primera vista, así como lo que expuso en su charla con Antonio Silvera. Una y otra cosa me habían convencido de estar ante una escritora seria, inteligente, con formación en el oficio y conocedora de lo que busca en él. Aunque, la verdad sea dicha, pensaba que, por tratarse de un premio casi naciente, y siendo el mexicano Juan Villoro uno de los finalistas, se iban a inclinar por un escritor de su prestigio para darle mayor proyección al certamen.

No fue así y ahora, por el contrario, la distinción que lleva el supremo nombre de Gabriel García Márquez está sirviendo para proyectar ante una audiencia internacional el de una autora hasta ahora solo conocida en su país; una autora que, tal como me lo ha confirmado la lectura de 10 de los 14 cuentos que integran La composición de la sal, el libro premiado, es bien merecedora de ello.

Con una escritura sobria, exacta, eficaz, no exenta de sutiles irrupciones de poesía, y dando los datos apenas necesarios de cada historia, los cuentos de Baudoin, como ella misma nos lo había anticipado, exploran el mundo de la cotidianidad doméstica, donde, según agregó también esa vez, “se libran grandes guerras, por lo general invisibles”. Eso se aprecia, por ejemplo, en “Sueño vertical”, en que un personaje, desde su casa (aislado, atrapado a su vez en su propia batalla), observa, a través de las ventanas de los edificios vecinos, “las minucias cotidianas, como si se tratase de épicas: homéricas y coloridas épicas”; igualmente, en “Gourmet”, en que una tormenta (incubada en varios elementos, “el trabajo, no haber querido hijos, los años de éxodo”) está a punto de estallar en el seno de un matrimonio, y de la cual éste se pone a salvo por la llegada a último momento de los invitados a una cena: “Al menos por esa noche”.

El cuento que da título al volumen es de una particular belleza. Un anciano que, al contrario de sus expectativas de niño, que le prometían que “la vejez debería proporcionarle un estado de invulnerabilidad sereno”, sucumbe al llanto fácil y constante; la ingeniosa cura que, sugerida por una vieja india, él busca para ello acaba llevándolo de vuelta a su niñez, al regazo de su madre.

Razones tengo, pues, para celebrar en Barranquilla el triunfo literario de Magela Baudoin.

@JoacoMattosOmar