No es la primera vez que en Cartagena se suscita un escándalo con el baile de la champeta. Hace más de 10 años, el alcalde de turno, ante un repunte de las riñas en las barriadas populares, animadas por estridentes picós, propuso que esa música se combinara con ritmos del folclor nacional y hasta hubo un foro donde se debatió profusamente el tema. No hubo conclusiones, y la champeta siguió ganando terreno hasta llegar a los recintos de donde se le excluía. Una prueba reciente es ‘El Serrucho’, que se convirtió en un suceso nacional e, incluso, se tomó el Carnaval de Barranquilla 2014.
Lo último,en materia de rasgadura de vestiduras es el debate en el Concejo Distrital de Cartagena, donde se enfrentaron opositores y defensores de lo que se ha dado en llamar el ‘baile plebe’, que ha empezado a manifestarse en las comunidades afros, con amplificaciones en las redes sociales.
Hace semanas, el Concejo fue objeto de una encendida polémica, porque había incorporado, por iniciativa de algunos concejales, la oración antes de las sesiones. La decisión no ha estado desde entonces exenta de debate, porque sus detractores consideran que esa práctica religiosa no es procedente en una institución pública consagrada por mandato constitucional a menesteres más terrenales, como velar por el buen manejo de los dineros públicos y el cumplimiento estricto de las obligaciones asignadas a los servidores públicos.
Que el Concejo cartagenero entre ahora a discutir sobre el ‘baile plebe’ es interpretado por amplios sectores como una intromisión moralista del Cabildo. El deber de los concejales, como el de todo político, es ser transparentes y honrados, y en esos indicadores es donde los coadministradores de Cartagena deben tratar de salir bien librados.
Si lo que se teme, como se ha dicho, es que el ‘baile plebe’ estimule la fecundidad a temprana edad, la solución no es expedir una medida prohibitiva, sino darles a los jóvenes información y orientación sexual para que sus proyectos de vida se edifiquen sobre otras bases y perspectivas.
E, incluso, si lo que se quiere es fomentar expresiones de baile con arreglo a desenvolvimientos estéticos más refinados o clásicos, por decirlo de algún modo, la solución es sencilla: hay que llevar a estas comunidades la educación artística requerida para que la danza alcance las debidas sofisticaciones.
Pero no es con discursos censores ni con medidas administrativas como se deben lograr esos objetivos. Menos con amenazas de excomunión de tinte fundamentalista.
Por otra parte, no olvidemos que la champeta, de alguna manera, expresa una modalidad de superación y búsqueda de reconocimiento de las comunidades afros. Surgida de la notable influencia que ejercieron las bandas africanas y caribeñas que venían al Festival de Música del Caribe, la champeta es una reivindicación de los negros cartageneros.
Reiteramos: no es cogiendo la mula por el rabo como será posible tratar los temas de las comunidades segregadas, sino generando y fortaleciendo buenas políticas públicas para este sector de la sociedad cartagenera, que merece la atención y el respeto de los compatriotas.