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 CARTAGENA.'Pilas, nos vemos en el

‘espeluque’ del Rey de Rocha'.

El mensaje por WhatsApp pudiera no tener nada de extraordinario si hubiera salido de un teléfono móvil localizado, por ejemplo, en Olaya Herrera para ser recibido por otro aparato electrónico en El Pozón, ambos barrios de la ciudad extramuros, donde la champeta campea.

El caso es que salió del celular de última generación del joven Danilo Urrego, que vive en Manga, donde tuvo residencia la crema y nata de los españoles de la época de la Colonia, para su ‘parche’ de esta red social, en la que hay muchachos como Simón Ochoa y Julián Gómez, quienes viven en vecindarios de Bocagrande, Castillogrande y Pie de la Popa, entre otros sectores privilegiados de esta urbe.

El Rey de Rocha es el más famoso picó de Cartagena y quizá de Colombia. Todos los cantantes de champeta nacidos en la periferia lo mencionan en sus temas y el ‘Chawuala’, nombre artístico de Noraldo Iriarte, su DJ, es una especie de ídolo popular que sabe lo que le gusta a los champeteros (seguidores de la música champeta) y el que hace ‘pegar’ las canciones y los artistas de este género. 

Este aparato es un fenómeno de masas indescriptible, que tiene unos 20 bafles. Sus dueños son ahora una organización empresarial y pasaron de convertirse en el picó favorito de las verbenas en La Boquilla, Bocachica y Pasacaballos, zonas marginales de la otra Cartagena, a ser un espectáculo con artistas que cantan en vivo y al que ahora van ya no solo amantes de la champeta de áreas urbanas privilegiadas, sino de otras ciudades de la Costa e incluso de otros países.

De hecho, hay una agencia de turismo que promueve, por $130.000, un recorrido que termina con las presentaciones de El Rey de Rocha en la plaza de Toros y a la que en su mayoría atrae a estadounidenses y europeos. Esta gente se mezcla con los nativos y baila y toma cervezas, sin aspavientos, como muchos aún en Cartagena no lo imaginan, porque asocian los toques de picó con la violencia.

Es que esta era música prohibida hace unos 15 o 20 años. Considerada para negros marginales, que se reunían alrededor de un picó para terminar en trifulcas y tragedias.

Ahora la champeta no solo llega a sitios impenetrable como el club Cartagena, donde ídolos actuales han amenizado fiestas de socios, sino que poco a poco son estos mismos sectores acomodados de la sociedad los que buscan el sabor y todo el mundo que tiene en sí.

De hecho, ya en barrios como Manga los jóvenes celebran sus cumpleaños y decoran los sitios con escenarios alusivos a los toques de El Rey de Rocha, con los carteles escritos a mano por un publicista popular que es el que los pega en las paredes de los barrios y zonas concurridas de la ciudad.

Sussy García, una joven especialista en mercadeo de Castillogrande, zona acomodada de la ciudad, confesó que le dio un ultimátum a su novio y le dijo que si él no la lleva al próximo toque de El Rey, ella lo hará sola, comprando el tour que ofrece esta posibilidad en grupos.

Dos jóvenes bailan champeta durante la presentación de El Rey de Rocha en la Plaza de Toros de Cartagena.

Jeimison Ochoa vino a Cartagena el pasado domingo 25 de enero con 20 amigos desde Barranquilla para disfrutar la música afrocaribeña de este aparato, de sonido bestial.

'Me gusta porque se puede divertir uno sin problemas', contó, agarrado de su novia.

El estadounidense Joey Binyk, quien es profesor de inglés en una institución de Manga y vive en Getsemaní, dijo que no ha venido una vez, sino más de tres a ver a El Rey de Rocha y que está encantado con lo popular.

Pero la champeta no siempre tuvo seguidores de ‘caché’. Fue por tiempo una música detestada y hasta prohibida.

En 2001 es recordado el episodio del entonces alcalde Carlos Díaz cuando tomó una decisión polémica que le causó un fuerte impacto político. El mandatario prohibió los bailes callejeros con champeta en los suburbios por la violencia que se había desatado durante las fiestas de la Independencia, en ese noviembre.

Después de aquella determinación hubo de realizar un foro en el que Díaz dijo que no era cierto que había prohibido la champeta y que, a pesar de lo que se creyera, él era amigo de esta música.

La antropóloga Gloria Triana, en esa ocasión dijo que la champeta no generaba violencia, sino que esta estaba ligada a la exclusión social y la pobreza y que hasta en las mejores familias se presentaban riñas y enfrentamientos.

Hoy, un toque de El Rey de Rocha es todo un acontecimiento artístico. Se realiza en la plaza de Toros y los organizadores cuentan con servicios de seguridad y logística que permiten que la gente se divierta sanamente, sin protagonizar escándalos ni perturbaciones del orden.

A la entrada los asistentes son sometidos a unas requisas exhaustivas, a las que se les advierte que ni las mujeres se salvan. Todo para evitar que se ingresen armas de fuego y cortopunzantes.

Desde cuando el espectador entra a la plaza siente el estremecimiento de la música y ve a cientos de fanáticos que van con sus pintas caribeñas y sus cortes de cabello extraordinarios y bailan toda la noche este ritmo cadencioso, que a algunos aún escandaliza.

La música los transporta. De repente por ahí un joven de aretes y vestimenta extravagante pasa con un tabaco de marihuana prendido que aromatiza la zona del ruedo, donde se concentran los bailadores, pero no hay escaramuzas. 

Hasta que los artistas de la hoy champeta urbana cantan, alegran y se van. Y la gente con algunos alcoholes y algo de humo en la cabeza se regresa a casa, y al día siguiente los periódicos ni los radionoticieros dan cuenta en sus crónicas rojas de heridos ni contusos por peleas en el toque de El Rey de Rocha.