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¿Sabe usted lo que significa ‘solferino’ o ‘marisabidilla’? Probablemente no, pero tal vez sus padres o sus abuelos sí lo sepan.

La primera significa ‘de color morado rojizo’, y la segunda, ‘mujer que presume de sabia’, y son solo dos de las muchas palabras en el idioma español que han quedado en el olvido.

Usadas en le pasado con frecuencia, hoy en día reposan en los libros de historia y en el vocabulario de las generaciones mayores.

Uno de los principales motivos es que las cosas que representan desaparecen, como el caso de ‘lechería’ o ‘pichel’ (vaso alto y redondo, normalmente de estaño, con una tapa unida a la parte superior del asa por una bisagra).

Según explica Miguel Iriarte, licenciado en Filología e Idiomas y magíster en Comunicación, el fenómeno se da 'porque las lenguas son el vivo reflejo de las múltiples dinámicas de las sociedades que las hablan. Y en la medida en que hay nuevos productos, nuevos consumos, nuevos inventos, nuevas generaciones, los repertorios lingüísticos se alteran, se transforman, cambian de uso, se desplazan'.

Iriarte añade que esto no es ni bueno ni malo, sino que es 'consecuencia dialéctica de los fenómenos sociales, culturales, políticos y económicos de una sociedad'.

Por su parte, Adela De Castro, docente con máster en la Enseñanza del español como lengua extranjera, considera que esto se debe al problema de la falta de lectura en el país.

'No es solamente que las palabras queden en desuso, sino que en la medida en que no leamos más, el vocabulario se irá reduciendo. La ley del mínimo esfuerzo, una economía lingüística', sostiene De Castro.

Para ella, el idioma se ha reducido y casi todas las personas utilizan las mismas palabras, especialmente cuando se encuentran en un ambiente familiar o entre amigos. Pero cuando se ven en medio de un ambiente profesional, 'intentan tener un vocabulario un poco más amplio, pero si no se lee es muy difícil tenerlo'.

'En Colombia tenemos un gravísimo problema con la lectura. Somos uno de los países en donde menos se lee, y lo más grave no es que se lea poco, sino que lo poco que se lee no se entiende', enfatiza la docente.

El poder de la tecnología. Pero mientras por un lado algunas palabras quedan en el olvido, muchas otras son añadidas cada año al diccionario, especialmente por el avance de la tecnología, que obliga a crear términos para nombrar las invenciones del hombre.

'La tecnología –dice De Castro–, que no existía cuando empezaron a hacer los diccionarios, ha evolucionado desde ese entonces, en el último siglo mucho más. Eso aumenta la cantidad de vocablos que hay'.

Es el caso de términos como 'chatear', 'bloguero', 'USB' y 'teletrabajador'.

Es por eso que el español nunca dejará de crecer 'mientras tenga hablantes y esos hablantes pertenezcan a una cultura viva y vigente', apunta Iriarte.

Él sostiene que 'las lenguas son infinitas mientras haya una relación de retroalimentación permanente entre lengua y habla', y pone como ejemplo nuestro idioma: 'con los mismos 27 fonemas del español (uno más, uno menos) se han escrito obras como El Quijote, Cien años de soledad y Rayuela. Las posibilidades combinatorias de estos simples 27 signos son infinitas'.

Qué pasa con las viejas. Ante ese crecimiento aparentemente infinito del idioma, se podría pensar que a medida que nuevas palabras llegan, las más viejas y olvidadas deberían simplemente desaparecer. Pero este no es el caso.

'Algunas no se borran, algunas están ahí porque representan raíces de palabras nuevas que se van creando. El idioma está vivo porque nosotros, los millones de hablantes de la misma lengua, lo hacemos evolucionar todos los días', afirma De Castro.

Para Iriarte, estos términos quedan guardados en la memoria de los pueblos, 'que son sus libros, sus ancianos, sus tradiciones orales, sus escritores, sus bibliotecas, a la espera de que en cualquier momento se reactualicen en un nuevo contexto'.

'Lo nuevo tiene prestigio y, sin embargo, aquellas palabras arrinconadas son parte de la riqueza que heredamos de las generaciones anteriores y nos sirven para nombrar nuestra cultura y para leer a los clásicos', dijo a la revista española Yorokobu la especialista en geolingüística y dialectología Pilar G. Mouton, autora del libro Palabras moribundas, y abanderada de la lucha por recuperar estos términos, destinados al olvido.

Pero para Iriarte siempre hay esperanza. 'Mientras en las calles haya gente hablando o gritando palabras de nuestra lengua, nuevas, viejas, buenas y malas, el idioma español nunca dejará de crecer', finaliza.

Algunos términos olvidados

Bisoñé. Peluca que cubre solo la parte anterior de la cabeza.

Aldaba. Pieza de hierro o bronce que se pone a las puertas para llamar golpeando con ella.

Farolero. Persona que se encargaba de encender y apagar los faroles que alumbraban las calles.

Boticario. Persona que profesa la ciencia farmacéutica y que prepara y expende las medicinas.

Dandi. Hombre que se distingue por su extremada elegancia y buen tono.

Alféizar. Vuelta o derrame que hace la pared en el corte de una puerta o ventana, tanto por la parte de adentro como por la de afuera, dejando al descubierto el grueso del muro.

Panegírico. Discurso o sermón en alabanza de alguien.

Asueto. Vacación por un día o una tarde, y especialmente la que se da a los estudiantes.

Bregar. Dicho de una persona: luchar, reñir, forcejear con otra u otras.