José Niebles hace tres recorridos al día. Ya no hace solo uno como antes, cuando había agua en Caracolí, cargando pimpinas en su carromula, sino que recorre varias veces el camino de arena bajo el sol inclemente de la mañana, soportando calores infernales. Detrás de su asiento improvisado sobre la madera del carruaje hay 25 recipientes de agua, el recurso natural más ansiado y valorado en este corregimiento de Malambo.
Su vehículo de madera es halado por Manolo, un mulo de pelo negro y patas delgadas, cuyos cascos están curtidos de tierra. El animal resopla al recorrer el sendero que se interna en las callejuelas de Caracolí, un corregimiento caluroso a solo 22 kilómetros de la zona urbana de Barranquilla. Sus habitantes, sentados sobre baldes coloridos en las terrazas, esperan el paso de José Niebles y su mulo, los encargados de abastecerlos e hidratarlos todos los días.
Por la situación del mercado, inflado por la ausencia de agua, cada pimpina cuesta $1.000, un valor que la gente paga sin chistar. Debido a la crisis hídrica del pueblo, algunos de sus habitantes compran cuatro o cinco recipientes, limitando las existencias a unas pocas casas afortunadas, cuyos habitantes deben hacerlas rendir para los próximos días. Aunque, así como José Niebles, otros hombres se han sumado al negocio de vender agua, por lo que en las calles de Caracolí, como si se tratara del lejano oeste, es costumbre ver carromulas manejados por hombres de poncho y sombrero.
'No hago más viajes por miedo a que le pase algo a Manolo, mi mulo', reconoció José Niebles al volante de su carromula cargado de pimpinas de agua. 'Las traigo directamente de Soledad, como los otros vendedores que llegan hasta acá. Como hay tan poquita y el negocio está tan bueno me gustaría poder traer más agua, pero si le pasa algo a Manolo yo me quedo sin trabajo', confesó.
Ya son diez días sin agua y ya los caracoliseños reposan sin camisa y con ropa ligera bajo la sombra de árboles flacos y secos. Niños, hombres, mujeres y ancianos exponen -sin pudor- las manchas de sudor y se las entregan al aire, esperando que una improbable corriente de brisa les refresque el cuerpo y el alma.
En esta tierra árida la lluvia no es protagonista ni actriz de reparto, por lo que la única fuente de agua potable es un tanque de cemento que se levanta imponente en el centro del pequeño pueblo. Su gente, cada vez más escéptica con el regreso milagroso del líquido, cuenta que la presión del agua es insuficiente para llegar hasta allá arriba, haciendo referencia a 'la loma' en la que está ubicado Caracolí.
'Todo el mundo acá sabe que los problemas del agua se deben a que la presión del agua no es suficiente para llegar por estos lados. Es increíble que todos los corregimientos cercanos tengan agua y uno tenga que estar comprando pimpinas todos los días porque no sale nada de la llave', dijo Néstor Guerrero, habitante de Caracolí.
Su vecino de patio, Vidal Zambrano, aprovechó para quejarse sobre la calidad del agua del corregimiento. Para él, el problema no es solo que no llegue, sino que si lo hace es salada e imposible de tomar. 'Solo nos queda para lavar las cosas y bañarnos. Si uno quiere tomar agua dulce toca comprársela a los pimpineros', recalcó.