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Álvaro Hernán, un tipo que roza los sesenta y tantos, delgado, con el cuero negro, pero firme, asegura que si hay un brujo por la zona es él.

Con una sonrisa de oreja a oreja –mientras una estela de humo de un cigarro se cuela en la conversación- asume con gran jocosidad ser el responsable de cualquier espanto que se aparezca por el sector y, a su paso, niega rotundamente que el ‘castillo’ amarillento que está a sus espaldas, del cual parece ser el único ‘caballero’ en defenderlo, tenga algún espíritu maligno que sacuda los nervios de los forasteros que por alguna razón, más cercana a problemas de ubicación que por otra cosa, deciden transitar por sus calles aledañas. Calles olvidadas, destapadas, llenas de basura. Perdidas en el tiempo.

Igual de abandonadas que la deteriorada, en proceso de demolición, pero aún imponente edificación. Un coloso de imposible de no admirar.

Ubicado entre las calles Bolívar y Obando y los callejones El Topacio y La Alondra (entre calles 41 y 42 y carreras 53 y 54), en el Barrio Abajo, lo que para los más jóvenes hace décadas pudo ser un castillo o una mansión gigante, una infraestructura que genera melancolía por lo próspero que pudo ser el ayer y tristeza por la ruina del hoy, en realidad fue la sede de ‘La Insuperable’, una empresa dedicada a la producción de pastas, aceite, grasas vegetales, maicena, jabones y harina de trigo, la cual perteneció a la reconocida familia Mancini.

En ese entonces (1922), Generoso Mancini de Silvi y Rómulo Cruciani, dos amigos italianos (Tívoli) que arribaron a Barranquilla (1919) huyendo de la crisis que dejó Primera Guerra Mundial, crearon la sociedad G. Mancini&Cruciani con un capital inicial de $15.000 pesos de oro colombiano y días más tarde, el 25 de julio del año en mención, adquirieron el edificio y su predio por $12.000 a la Sociedad Pinedo Weber Compañía y Otros, según el libro El Cuento de Generoso, escrito por Gustavo Bell Lemus.

Ahí, en el Barrio Abajo, se ubicó el primer molino de harina de la empresa e inició una historia de éxito, prestancia y orgullo en la ciudad, todo un símbolo de la prosperidad que se vivía en la capital del Atlántico generado por el también aporte de los Steckerl, Lux, Scarpatti, Bechara, Guma, Domínguez, Ching y Doku.

'En su momento era un edificio con una arquitectura muy bonita y este era un sector importante, pero ahora todos tienen una historia por lo feo que está. Ojala lo recuperen. Lo que ahora hay es puro ‘loquito’ que llenan de basura todo', cuenta Hernán.