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El lunes 29 de noviembre de 2010 todo parecía transcurrir con normalidad en el sur del Atlántico. Algunos pobladores se dedicaban a cultivar la tierra, otros se disponían a iniciar sus faenas diarias. Uldarico Ortiz, un campesino de Manatí que acababa de cumplir 30 años, se despertó como de costumbre con el canto de los gallos para ganarse el día trabajando en una finca.

En Campo de la Cruz, Ana Escorcia estaba con sus nietas en la casa. Todo era tranquilidad.

En Santa Lucía, Tatiana Mercado entrenaba para mantener su buen estado físico como boxeadora, sin imaginar que en cuestión de horas tendría que enfrentarse con la pelea más dura de su vida.

Solís Tano, agricultor del mismo municipio, se lamenta hoy porque ese día no presintió que a las 4:40 de la tarde del día siguiente se produciría la ruptura de la carretera paralela al Canal del Dique entre Calamar y Santa Lucía, justo enfrente de su finca.

Un panorama distinto es el que dibuja Gustavo De la Rosa, líder de Suan, quien aseguró que sí se sabía lo que podía pasar, porque el nivel del Río era suficientemente alto y el riesgo era inminente.

'Recorrí con el secretario de Prevención y Desastres desde Puerto Giraldo hasta Villa Rosa, en Repelón, para mostrarle cómo estaba el Río de crecido y cómo se había pegado a la berma de la carretera. Eso no había pasado antes', expresó De la Rosa.

Diez años después de la que quizás ha sido la calamidad más grande que ha sacudido al Atlántico, el líder afirmó que esta fue una tragedia anunciada.

El rompimiento del terraplén sobre la margen derecha del Canal del Dique, a tres kilómetros de su división del río Magdalena en el Atlántico, dejó cerca de 120 mil damnificados y muchos interrogantes a los afectados.