De un lado hay una modesta gallera levantada en tablas disparejas; del otro, hay una fila de casas de bareque y aluminio serpenteadas por riachuelos de agua empozada. En el medio, en un terreno escueto y minado por las heces fecales del ganado que a diario sale a pastar, una docena de menores de edad, de cuerpos flacuchos y piernas secas, buscan dominar su sombra y, algún día, flotar como una mariposa y picar como una abeja.
Pocos de ellos saben quiénes fueron Mohamed Alí, quien inmortalizó la frase anterior, Sugar Ray Leonard, Joe Frazier, Antonio Cervantes (Kid Pambelé), Fidel Bassa, Rocky Valdez o Miguel ‘Happy’ Lora. Tienen conceptos vagos de Mike Tyson, Manny Pacquiao y Floyd Mayweather, pero sus sueños son los mismos de los anteriores: noquear al hambre, tener piernas rápidas para esquivar los malos caminos, darle un gancho a los vicios y romperle el ‘mentón’ a sus agrias condiciones de vida.
Donde entrenan no hay ring. Solo tierra, monte y vacas. La lona es el mero suelo, por lo que caer significa escarcharse duramente el rostro. El ‘gimnasio’ es grandísimo, pero tan pobre como su tamaño. No sobra nada. Falta de todo.
Se recicla cualquier cosa que pueda servir y, en los alrededores, se puede observar el ingenio de los púgiles para cumplir con su entrenamiento. El esqueleto de un asiento de moto está incrustado a un árbol como saco de pared, mientras que a unos metros, de unas cabuyas amarillentas, cuelgan un par de costales de arroz, rellenados con ropa vieja, para moldear los puños y movimientos de aquellos que desfogan sus nudillos unas horas después del canto de los gallos.
Hay botas de jean repletas de cualquier cosa con el objetivo de servir como pera, pero la falta de firmeza en el material exterior y la ausencia del mismo en el interior, hacen que los objetos parezcan más unas berenjenas voladoras que son ‘exprimidas’ en cada golpe. El entrenamiento está a años luz de uno semiprofesional y raya en lo más novato y precario de la categoría amateur. Aun así, hay muchas ganas en medio de las carencias.