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Hay días en que Andrés Alexander Morales Ferrer, un venezolano de 16 años, siente tanto dolor en su cuerpo que dura postrado, lleno de malestares, angustias y lágrimas, como mínimo, 48 horas en su humilde cama, un colchón viejo que comparte con sus tres hermanos y su madre en una casa levantada a punta de bolsas y materiales ‘rescatados’ de la basura.

Al joven, según su relato, le crujen los huesos a niveles insoportables. La espalda se le pasma, el cuello se le atornilla, los hombros le arden, las piernas se le entumecen y la columna se le desvía. Todo un cóctel de dolencias en articulaciones, tendones y músculos que, a su corta edad, limitan su espíritu ingobernable, su fuerza y su alegría.