De la mano, Angie Rivero y Julio Coronado llegan silenciosos hasta la incubadora en la que su bebé Sandrith Paola duerme tranquila. Con apenas siete días de nacida, la nenita avanza en su recuperación luego del parto de urgencia que ginecólogos y perinatólogos tuvieron que llevar a cabo para salvarles la vida a ella y a su mamá, quien tenía síntomas de preeclampsia.
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Son las 3:19 de la tarde. En la Sala de Neonatos de la ESE Universitaria del Atlántico, UNA, especialistas y enfermeras vigilan los monitores a los que están conectados treinta bebés prematuros.
Arriba, en el cuarto piso, en el área de Ginecología y Obstetricia comienza otra batalla para salvar dos vidas más. Una llamada telefónica al celular de la red hospitalaria departamental pone en alerta a la ginecóloga Lina Santiago. La experimentada especialista escucha y anota con atención los datos que desde una clínica de Soledad le dan sobre una embarazada que tiene complicaciones.
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Repite cada frase que escribe en el libro del servicio hospitalario sobre el estado de la gestante: 'Paciente de 25 años con dos cesáreas de hijos vivos; sangrado y pérdida de líquido; 38.5 semanas de embarazo; dilatación de 4 centímetros (…)'.
Sobre la marcha, la doctora Santiago evalúa la información y comienza a dar instrucciones a la médica interlocutora: 'Escuche bien, hay que canalizarla, hacer monitoreo fetal urgente y deben trasladarla de inmediato a nuestra institución'.
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'Hay riesgos de ruptura uterina y hemorragia posparto', alerta.