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Cansado de un viaje de más de 24 horas en bus desde Bogotá, Carlos Gómez y su hijo de 17 años llegaron este viernes a la terminal de transporte –ubicado en Soledad– con solo lo que traían puesto y una que otras prendas de vestir que les regalaron unos familiares.

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Con ellos también venía Camilo Sanjuan y su esposa embarazada de ocho meses. Estos colombianos son alguno de los deportados, que el pasado 26 de enero venían de San Diego, California, en uno de los dos aviones que el presidente Petro no dejó ingresar al país, alegando que los connacionales no los traían en condiciones dignas, puesto que fueron esposados de manos y pies por oficiales de migración norteamericanos.

Esa decisión de no permitir el aterrizaje en Colombia de estos vuelos fue apoyada por Carlos, porque, aseguró, el trato fue indigno. “Realmente fue muy difícil”, dijo el hombre.

También aseguró que “mi hijo se quejaba porque le apretaron tanto que le dolían las manos, solo me decía me duele, me duele. Yo le decía que se calmara que ya íbamos a llegar”.

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Una larga travesía

Carlos le contó a EL HERALDO, a la llegada a la terminal, que su travesía comenzó el 14 de enero, cuando ya agobiado por las continuas extorsiones y amenazas contra su vida, y además buscando una mejor educación para su hijo, decidió ingresar de manera ilegal a los Estados Unidos desde México.

“Llegamos a Tijuana y el 20 de enero, el día que se posesionó Donald Trump, nos entregamos a las autoridades pidiendo asilo. Una vez allí nos esposaron, nos tomaron fotos con los pasaportes, nos pusieron unas manillas y nos clasificaron, hombres, mujeres y familia”.

Este hombre de 42 años, durante cinco días junto con su hijo, no los dejaron bañar ni hacer una llamada, tampoco los atendió el abogado al que tenían derecho según les habían dicho.

Si bien les daban comida, el trato era despectivo. Los metieron en pequeños cubículos de un metro por dos, afortunadamente, dijo, a él nunca lo apartaron de su hijo como le pasó a otras familias.

Un sueño truncado

Camilo, un joven de 28 años, tecnólogo en entrenamiento deportivo dijo que ante la falta de oportunidades, decidió aventurarse y viajar a buscar el “sueño americano”.

Narró con nostalgia que malvendió lo poco que tenía y tuvo que prestar dinero, con la esperanza de que su esposa con 8 meses de embarazo, pudiera tener su bebe en Norteamérica y sus condiciones económicas mejoraran.

El y su esposa salieron el 20 de enero de Barranquilla rumbo a Cancún, México, y de allí a Tijuana. Una vez en el “famoso portón” dijo, llegó la ‘migra’ y los llevó a un lugar que conocen como las “Carpas Blancas”.

Luego fueron trasladados a San Diego, California, para ser deportados, allí al igual que los otros inmigrantes ilegales, les hicieron firmar unos documentos y el trato fue de lo peor desde el “minuto uno”.

Su gran preocupación ahora es como va conseguir los $30 millones de pesos que prestó para pagarles a los “coyotes” que los ayudaron a pasar la frontera: “Ahora estoy aquí con más deuda, embarazado y preocupado”.

Al igual que Carlos espera que el Gobierno les de los créditos que anunció para mejorar sus condiciones, o que alguna empresa los ayude con trabajo.