El pequeño y pálido camarón fue lanzado como anzuelo a las olas inquietas de Punta Roca, un sector de playa en jurisdicción de Puerto Colombia. Siendo las once de la mañana, el pescador Edilberto tan solo había conseguido una mojarra.
Por recreación y no por profesión, llegó a este litoral rocoso en busca de una aventura. Y, en la punta de una piedra, la encontró.
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“Cada vez que vengo a pescar encuentro las pilas de conchas ahí. Hasta el momento, no he visto a personas que se tomen el trabajo de amontonarlas. Y si lo hacen, no sé con qué fin, porque esas conchas no cumplen ninguna función”, expresó muy seguro, mientras sujetaba la caña.
Más allá de transportar troncos de madera y plásticos de todo tipo, las corrientes marítimas de este sector revuelcan a decenas de conchas que terminan explayadas en las rocas.
Edilberto, aunque desconoce su rol, no es ciego y valora el espectáculo de la naturaleza: cuando la arena descansa de las olas, a lo lejos se observa un destello. Es el brillo de las conchas llegando a su nuevo hogar.
Además de quedar incrustadas en la arena, el mar las expulsa hasta las rocas y terminan cayendo –húmedas y frescas– en los cráteres.
Las conchas tienen un aspecto exótico. La combinación de texturas y colores es inusual, lo que despierta en los seres humanos un deseo de poseerlas, pero dicha práctica ha significado un problema para los ecosistemas costeros.
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Un reciente estudio, titulado ‘Conchas de bivalvos y gasterópodos de una costa rocosa en el Caribe central de Colombia’, dio a conocer que en Punta Roca se está realizando una “extracción descontrolada” de conchas.
En ese sentido, científicos de la Universidad del Atlántico identificaron que –desde el 2016– en esta zona costera se registran patrones irregulares en la acumulación de conchas, con signos de selección por tamaño y áreas, lo que les sugirió una intervención humana.
Los investigadores hacen referencia a la pila de caparazones marinos que reposan a un costado del acantilado del litoral. Una montaña de la que, presuntamente, vendedores locales extraerían las especies para comercializarlas.
De este negocio se beneficia el artesano porteño Kevin Castro, un joven de 21 años, cuyo único propósito es responder por su esposa y su bebé de tres meses.
Debido a que su tiempo lo divide entre la albañilería y el tejido de sus artesanías, a Castro no le da tiempo para recoger las conchas. Por ende, prefiere comprar la bolsa a 100.000 pesos.
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“Eso lo venden por kilo, pero si me pongo a comprar todo el material no me alcanza para la comida. Yo sé que la concha es real cuando, al apretarla duro, se parte”, detalló.
Todos los días, excepto los martes, se ubica en la Plaza de Puerto Colombia –cerca al antiguo Muelle– para vender una variedad de pulseras, collares y tobilleras.
“Nosotros hacemos artesanía para llevar sustento a la casa y tener la comida de todos los días”, explicó el joven muchacho de tez morena y cara regordeta, mientras mostraba sus productos y, atrás, su esposa amamantaba a su niña.
El reino de las conchas
Las especies que arriban hasta Punta Roca provienen del río Magdalena y de sistemas lagunares, como Mallorquín y Los Manatíes. Sometidas bajo interminables corrientes marítimas, viajan para cumplir múltiples misiones en lo que sería su nuevo hábitat en zonas costeras.
“En principio, las conchas de los moluscos brindan protección a los organismos que las producen. Además, permiten el crecimiento y, en algunos casos, la regeneración cuando sufren daños. A nivel ecológico, las conchas vacías sirven como hábitat para otras especies, como cangrejos ermitaños, esponjas y algas”, manifestó Nelson Rangel, uno de los autores del estudio.
El experto añadió que esta especie también ayuda a regular el pH del agua debido a su composición de carbonato de calcio y proporcionan sustrato para la colonización de organismos marinos.
Un área de 0.35 kilómetros cuadrados de Punta Roca está cubierta por moluscos, según el informe. Asimismo, documentaron la presencia de 58 especies de moluscos en la zona, incluyendo 30 especies de bivalvos y 28 de gasterópodos.
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Entre las especies más abundantes se encuentran Anomalocardia flexuosa (52.23 %) y Polymesoda arctata (20.67 %), las cuales representan más del 70% de la acumulación total. Le siguen Leukoma pectorina (4.92 %), Tivela mactroides (5.27 %), Crassostrea rhizophorae (2.97 %) y el gasterópodo Vitta virginea (2.82 %).
En esta misma línea, encontraron que “los depósitos de conchas no perturbados son particularmente comunes en la parte baja de la costa rocosa, donde las playas de arena sirven como sustrato”.
Además, estimaron que las deposiciones naturales superan los 30 centímetros de profundidad en ciertos puntos dentro del área de acumulación.
Finalmente, otro de los frutos de la investigación fue el descubrimiento de una especie exótica: Naria turdus.
Los estragos de la extracción
Es un efecto dominó. Tal como se ha manifestado, la concha está sujeta a múltiples tareas cruciales para que los ecosistemas costeros funcionen con normalidad.
La bióloga y también autora del proyecto, Adriana Gracia, indicó que “la falta de conchas afecta la disponibilidad de micro-hábitats, lo que puede disminuir la biodiversidad y alterar la cadena trófica; por otra parte su extracción interrumpe el ciclo de minerales en el ecosistema marino”.
Y también aseguró que su extracción puede provocar mayor erosión costera, ya que las conchas ayudan a estabilizar los sedimentos y reducen el impacto del oleaje.
“A largo plazo, esto puede generar la pérdida de playas y plataformas rocosas, afectando tanto a la vida marina como a las comunidades humanas que dependen de estos ecosistemas para la pesca y el turismo”, puntualizó Gracia.
Otras amenazas
Al litoral rocoso de Punta Roca siguen llegando las conchas y sus moluscos. Ya es medio día y Edilberto continúa con la esperanza de atrapar otra jugosa mojarra.
Por un lado, el hombre de casi 50 años, como estas especies, está en su hábitat y disfruta de los beneficios de la naturaleza. Pero, por el otro, estos seres vivos diminutos viven bajo la amenaza de vivir un calvario a raíz de la huella antropogénica: el plástico y las obras de construcción cerca a la playa.
Según Rangel, también geólogo, los plásticos pueden bloquear el flujo del agua y sedimentos, lo que afecta la acumulación natural de las conchas y la estabilidad del ecosistema.
“Además, contienen aditivos tóxicos que, al degradarse, liberan sustancias químicas en el agua y el sedimento, afectando la química del ambiente y la salud de los organismos. Asimismo, el plástico actúa como unְ ‘imán’ para contaminantes como metales pesados y pesticidas, que pueden ser absorbidos por los moluscos y entrar en la cadena alimenticia”, sentenció Rangel.
Y, en cuanto la construcción de zonas cercanas a cualquier ecosistema costero, el especialista recalcó que pueden generar efectos indirectos como la modificación del transporte sedimentario, el aumento de escorrentía de contaminantes, o la alteración del flujo de agua subterránea.
“Si las estructuras alteran la dinámica de las olas o bloquean la recarga de arena en la costa, pueden provocar erosión acelerada y afectar la acumulación de conchas”, culminó.
No hay reportes
La Oficina de Gestión Ambiental de la Alcaldía de Puerto Colombia notificó que no han recibido denuncias de extracción de conchas en esta zona.
“Nos permitimos informar que no han llegado denuncias de extracción en aguas exteriores relacionadas con el sector de Punta Roca. Sin embargo, es válido mencionar que se adelantan actividades de concientización con los pescadores sobre las buenas prácticas de pescas y la conservación de especies”, aseguró la administración municipal.
Acciones a implementar
El equipo de investigadores, liderado por Adriana Gracia y Nelson Rangel-Buitrago, hace un llamado a la implementación de medidas de conservación inmediatas. Algunas de ellas son el establecimiento de áreas donde se prohíba la recolección de concha, así como la educación ambiental con iniciativas comunitarias para sensibilizar a la población local. También se recomienda el monitoreo y regulación con programas de vigilancia ambiental para evaluar el estado del ecosistema y tomar medidas correctivas a tiempo.
“Punta Roca no solo es un testimonio vivo de la riqueza natural del Caribe colombiano, sino también un legado que debemos proteger para las generaciones futuras”, indicaron los autores.