“Recen por mí, no se olviden. Este trabajo se hace con oración”, dijo el papa Francisco una y otra vez a lo largo de su pontificado. Y ahora, esas palabras resuenan más que nunca ante su retiro eterno y silencioso a la casa del Creador.
El mundo católico se prepara para la despedida histórica del pontífice que marcó una era con su humildad, cercanía al pueblo y firme llamado a construir una iglesia pobre para los pobres.
Su muerte, anunciada con serenidad y recogimiento, ha dado paso a una serie de rituales y ritos que buscan honrar no solo su figura, sino también su mensaje de amor, misericordia y servicio.
A lo largo de los siglos, la muerte de un papa ha estado rodeada de momentos solemnes y una liturgia cargada de simbolismos.Sin embargo, el papa Francisco, fallecido a los 88 años, decidió en vida simplificar su despedida, fiel a su estilo pastoral austero, rompiendo con varias tradiciones al establecer un nuevo protocolo fúnebre.
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El rito de exequias papales, que se divide en tres etapas —vigilia, funeral y sepultura—, fue puesto en marcha bajo la supervisión del cardenal camarlengo Kevin Farrell, encargado de administrar la iglesia durante el período de “sede vacante” hasta la elección de un nuevo pontífice.
El proceso comenzó con la certificación médica de la muerte, que, a diferencia de lo que dictaba la tradición, no se realizó en la habitación papal, sino en la capilla. Con este gesto, Francisco eliminó antiguos ritos como el golpe con el martillo de plata en la frente del papa o la triple llamada por su nombre de pila.
Acto seguido, el camarlengo, vestido con los tradicionales paramentos rojos de luto, ingresó escoltado por la Guardia Suiza para cumplir uno de los actos más simbólicos: retirar el Anillo del Pescador, emblema del poder pontificio, que luego fue destruido junto con el sello papal para evitar su uso indebido. También se procedió a sellar la habitación del pontífice, como indica el protocolo.
Una vez cumplidos estos pasos, se notificó oficialmente la muerte al vicario de Roma y luego a toda la ciudad. Las campanas de la Basílica de San Pedro doblaron a muerto, anunciando al mundo su fallecimiento.
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Francisco también decidió modificar otro elemento simbólico: renunció al tradicional triple ataúd (de ciprés, plomo y roble), y pidió ser sepultado en un solo ataúd sencillo, como testimonio de su humildad.
El cuerpo del papa fue preparado para el velatorio con los elementos tradicionales: se cubrió su rostro con un pañuelo blanco de seda y se colocó dentro del féretro un tubo metálico que conserva un pergamino con los principales hechos de su vida y pontificado.
También se introdujo una bolsa con monedas acuñadas durante su reinado: una de oro por cada año de pontificado, una de plata por cada mes y una de bronce por cada día.
Durante el traslado del féretro a la Basílica de San Pedro, se entonará el responso “Libera me, Domine, de morte aeterna” y las letanías. A diferencia de sus antecesores, Francisco pidió ser expuesto directamente en su ataúd, sin catafalco y sin el báculo papal a su lado, en otra muestra de sobriedad.
La exposición del cuerpo de Francisco se realizará durante tres días, permitiendo que los fieles y autoridades puedan rendirle homenaje.
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El funeral, cuya fecha es fijada por la reunión plenaria de cardenales, se celebrará en la Plaza de San Pedro, siguiendo la tradición de los últimos pontífices.
Es de anotar que la legislación vaticana vigente, el ‘Ordo Exsequiarum Romani Pontificis’, un documento que regula las exequias papales, y la constitución apostólica ‘Universi Dominici Gregis’, indica que el funeral debe celebrarse entre el cuarto y sexto día de la muerte.
Con el entierro del sumo pontífice concluye la primera parte de las exequias y dan inicio los llamados “novendiales”: nueve días consecutivos de misas en su honor. Mientras, los cardenales se reúnen para fijar el comienzo del cónclave en busca de un sucesor.
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Francisco pidió una tumba sencilla y cercana a María
Poco después de que el apartamento papal fuera sellado y su cuerpo trasladado a la capilla de la residencia de Casa Santa Marta, el Vaticano dio a conocer el testamento de Francisco, fechado el 29 de junio.
En este documento, el pontífice dejó instrucciones precisas sobre los actos a realizar tras su fallecimiento. Uno de los aspectos más significativos fue su voluntad respecto al lugar de su sepultura y pidió explícitamente no ser enterrado en la cripta del Vaticano, sino en la Basílica de Santa María la Mayor, uno de los templos marianos más antiguos y emblemáticos de Roma.
“Deseo que mis restos mortales descansen en espera del día de la resurrección en la Basílica Papal de Santa María la Mayor”, escribió.
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El papa justificó su decisión recordando su vínculo espiritual con la Virgen María, a quien confió siempre su vida, su sacerdocio y su pontificado. Fiel a su estilo de vida humilde, también pidió que su tumba fuera “en la tierra, sencilla, sin decoración particular y con la única inscripción: Franciscus”. Además, dejó dispuestos los fondos necesarios para su sepultura, provenientes de un benefactor, y delegó la coordinación de los gastos y los preparativos a moseñor Rolandas Makrickas, comisionado del Capítulo Liberiano.