La verdad es que el error es parte inevitable del proceso de vivir; nadie está exonerado de cometer uno. Cada equivocación nos da información, nos permite ajustar el rumbo y nos acerca a la mejor versión de nosotros mismos, porque somos seres en constante construcción y las podemos convertir en opciones de mejora.
Para educar en la esperanza es fundamental cambiar la narrativa con la que interpretamos la realidad. Si les enseñamos a los jóvenes que el mundo está lleno de riesgos, amenazas y fracasos inevitables, los estamos programando para el miedo y la resignación. En cambio, si les mostramos que cada dificultad trae consigo una oportunidad de aprendizaje y crecimiento, estamos sembrando en ellos la capacidad de reinventarse y seguir adelante.
Siento que Dios me recuerda que no puedo romperme fácilmente, que debo ser valiente y actuar desde mi fe en Él. Esa palabra me hace sonreír y, por un instante, es como si estuviera aquí, a mi lado, dándome calor.
Es la confianza que nace de experimentar cómo Dios está a su favor. Esa certeza lo hace capaz de enfrentar la vida y seguir adelante, sabiendo que siempre encontrará caminos para crecer y acercarse a su propósito.
Todos tenemos nuestro 21-99. Y lo ideal sería que cada uno intentara encontrarlo para, sabiendo quién es, dar la batalla con alegría, firmeza y sabiduría. Es desde esa experiencia íntima, original, personal y genuina desde donde podemos ser sujetos de esperanza, exorcizando continuamente los demonios del pesimismo para sobreponernos a todo lo que la vida trae.
Me gustan los ritos existenciales porque en ellos encuentro comunidad. Son momentos en los que compartimos tiempo y espacio con quienes amamos, con quienes nos acompañan en el camino. Al celebrar, recordar o simplemente estar juntos, reafirmamos que no estamos solos.
Su autoridad, es el resultado de su conocimiento, experiencia y éxito. Entiende que un líder no puede negociar su autoridad; la ejerce con claridad y firmeza. Esto puede no ser entendido por todos, pero siempre es una manifestación de coherencia.
Este libro habla de la esperanza y la resiliencia. Es un texto impregnado de vivencias personales, con el que aspiro a ofrecer ideas que ayuden a quienes lo lean a encontrar fuerzas para seguir adelante, sin importar la adversidad o el dolor que enfrenten.
No puedo vivir en automático; necesito entender el porqué y el para qué de mis acciones. Me comprometo a abrazar, reír, jugar, escuchar, bailar y rezar más, porque estas son acciones que sanan mi espíritu.
No se trata de quedarnos en los números, sino de valorar los abrazos, las risas compartidas y hasta las lágrimas que nos hicieron más fuertes. No hay vida perfecta, pero sí hay vidas significativas, y esas las construimos con los pequeños actos diarios que llenan el alma.