Creer o no creer
La fe nos exige el compromiso de vivir desde la confianza. No necesitamos pruebas o milagros, sino poner el sentido de la vida en lo que hemos descubierto como una realidad que supera nuestra comprensión material de la existencia.
La fe nos exige el compromiso de vivir desde la confianza. No necesitamos pruebas o milagros, sino poner el sentido de la vida en lo que hemos descubierto como una realidad que supera nuestra comprensión material de la existencia.
Hay que estar presente. Vivir el aquí y el ahora. No desperdiciar encuentros, viajes, comidas, juegos o cada momento que vivimos, porque ellos iluminarán las situaciones tristes del futuro cuando los remembremos. Nos asegurarán tener fuentes de sonrisas y volverán a estremecernos el cuerpo al recordarlos.
La espiritualidad debe ocasionar un proceso de desarrollo de la paciencia, sabiendo que todo tiene su ritmo y que nuestras ansiedades no resuelven mágicamente los problemas que tenemos.
Una sana experiencia espiritual nos permite sostener una relación de amor y confianza con nosotros mismos desde la humildad. Hay que evitar esos relatos espirituales que quieren hacernos creer que somos lo peor y que nacemos con una gran deuda que conscientemente no hemos adquirido.
Necesitamos comprender que el paso inexorable del tiempo no es una pérdida ni una desgracia, sino una realidad con sus beneficios. Hay que hacer fiesta por lo que somos, no hacerlo nos genera la amargura de no aceptar lo que no podemos cambiar.
Esos paseos por mi memoria están llenos de agradecimiento y alegría. En ocasiones, las lágrimas me sorprenden al recordar la ternura con la que me trataba. Otras veces, siento la tensión de nuestros choques, provocados por nuestros temperamentos tan distintos.
Sé que en una sociedad que simplifica la realidad para entenderla, terminamos absolutizando una de las dos experiencias. Algunos son adictos al trabajo y sacrifican el resto de la vida; esos son los que producen y producen y al final no tienen con quien compartir lo producido.
Esa voz transmite una unción especial, como si cada sílaba trajera gotas del agua viva del Espíritu. Cada verso me hace sentir amado, valorado, reconocido, protegido e inspirado. No tengo respuestas definitivas, pero sí una certeza profunda de la bendición de Dios en mi alma.
No faltaban los momentos en que mi abuela me hablaba de Dios, su Dios, uno cercano y cotidiano, con el que podía hablar usando mis propias palabras, incluso para reclamarle por lo que no entendía.
'Quien sabe comunicarse no genera chismes sino que vive en la transparencia de seres auténticos, que quieren realizar sus sueños y ayudan a los otros relacionarse bien': Padre Alberto Linero. Columna tomada de la revista Gente...