A menudo nos quedamos atrapados en el folclore de la Navidad: los adornos, las luces, los rezos. Olvidamos lo fundamental: celebrar, en Jesús, que la vida encuentra su sentido en la solidaridad, el perdón y la comunión entre personas que se aman y desean vivir conforme a las enseñanzas de Dios.
La relación con Dios se refleja en las relaciones con los demás. Por más que recemos bellamente, entendamos el futuro, al estilo profético, o memoricemos los textos bíblicos, cual computadores modernos, no somos verdaderos discípulos si no vivimos en justicia, amor y perdón.
Toma distancia si es necesario. Si la relación con estas personas se vuelve insoportable, no temas alejarte. No estás obligado a soportar actitudes tóxicas, incluso si provienen de familiares. El bienestar personal debe prevalecer sobre cualquier lazo de consanguinidad.
Sé que hay dolores que no se quitan nunca, que aprendemos a vivir con ellos, que tendremos esa cicatriz para siempre y que será una marca de nuestra debilidad y resiliencia.
Confiar no puede ser un acto irracional. Es una apuesta futura y soportada en la realidad objetiva, por eso antes de confiar y poner las expectativas en alguien o algo, debemos reconocer los valores, las opciones de vida y los intereses que están presentes en esas personas o en esos proyectos.
La fe nos exige el compromiso de vivir desde la confianza. No necesitamos pruebas o milagros, sino poner el sentido de la vida en lo que hemos descubierto como una realidad que supera nuestra comprensión material de la existencia.
Hay que estar presente. Vivir el aquí y el ahora. No desperdiciar encuentros, viajes, comidas, juegos o cada momento que vivimos, porque ellos iluminarán las situaciones tristes del futuro cuando los remembremos. Nos asegurarán tener fuentes de sonrisas y volverán a estremecernos el cuerpo al recordarlos.
La espiritualidad debe ocasionar un proceso de desarrollo de la paciencia, sabiendo que todo tiene su ritmo y que nuestras ansiedades no resuelven mágicamente los problemas que tenemos.
Una sana experiencia espiritual nos permite sostener una relación de amor y confianza con nosotros mismos desde la humildad. Hay que evitar esos relatos espirituales que quieren hacernos creer que somos lo peor y que nacemos con una gran deuda que conscientemente no hemos adquirido.
Necesitamos comprender que el paso inexorable del tiempo no es una pérdida ni una desgracia, sino una realidad con sus beneficios. Hay que hacer fiesta por lo que somos, no hacerlo nos genera la amargura de no aceptar lo que no podemos cambiar.