No es un secreto y tampoco nada nuevo, que ésta es una época en la que históricamente la disponibilidad de agua se reduce al máximo en el norte del país. Los canales y muchas de las quebradas suelen secarse o disminuir al mínimo sus niveles y caudales, lo que limita su uso para consumo humano y otra serie de actividades socioeconómicas de la región.
Desde una óptica opuesta, la sequía estacional que enfrenta La Guajira especialmente en su parte media y alta, más allá de la influencia que pudiese tener por cambio climático, ha sido históricamente resiliente con esas condiciones predominantemente secas.
Las medidas de preparación, así como todo lo que se pueda hacer frente a la mitigación, son fundamentales y amortiguan en cierta forma el impacto negativo, en los territorios que históricamente han sido impactados por los ciclones tropicales. Por este año, el final es feliz, pero no debemos bajar la guardia y tampoco olvidar tan fácilmente.
Siendo una política pública con una limitada inyección de recursos, es complejo pensar en que se pueda fortalecer el monitoreo meteorológico y climático del país, así como la investigación en función de una mayor certidumbre como insumo para la toma de decisiones de sectores y territorios.
En ese orden de ideas, el mayor aporte a la mitigación y a la salud de nuestro planeta, sin perder de vista su trascendencia en el balance hídrico del centro y sur del país, es la preservación de nuestra Amazonía, aunque existen algunos aspectos que inducen a la duda frente a la proyección al 2030 y que por el contrario, pueden seguir jugando en favor de la deforestación.
Las aguas cálidas que la corriente del Golfo mueve desde las zonas tropicales hacia el Atlántico norte son pobres en nutrientes, pero con presencia de plancton (fito y zoo), como organismos errantes en ella. El fitoplancton es la hierba del mar del cual se alimentan gran cantidad de especies y son unos excelentes convertidores de carbono en carbohidratos. El zooplancton, mientras tanto, son unos animalitos que se alimentan del fitoplancton y ellos mismos son el comienzo de una cadena trófica excepcional.
Recordemos que nuestro país cuenta con 9 radares meteorológicos, pero infortunadamente carecemos de capacidades a nivel de personal para sacarle todo el provecho posible. Así mismo, existen dificultades a nivel de recursos para su sostenimiento y más aún para una posible ampliación de la red de radares existente, bajo una coordinación interinstitucional que redunde en alertas tempranas más eficientes y oportunas.
Ahora, en el contexto reciente, los centros especializados de clima en Estados Unidos han incrementado la probabilidad de Niña para el último trimestre del año, pero la Organización Meteorológica Mundial en su informe de esta semana advierte que entre septiembre y noviembre la probabilidad es más neutral, lo que indica que de momento hay poco consenso en los análisis científicos.
No sobra mencionar que para la Oficina de Meteorología de Australia no se advierte por ahora probabilidad de ocurrencia del fenómeno. Sin embargo, con Niña o sin Niña, el panorama no es el mejor, pues el comienzo de la segunda temporada de lluvias en amplios sectores de la región Andina y Caribe se estima en la segunda quincena de septiembre, lo que sugiere pensar que “empatará” con este clima reciente atípico.
Por ahora, sigue habiendo una brecha importante, pues la información de entrada desde lo climático sigue siendo “gruesa” en términos de escala. Para ello, es necesario seguirle apostando a buenas series de registros, no solo en cantidad, sino también en calidad.