La Constitución de 1991 ha sido tan alterada que hoy alimenta el beneficio egoísta de unos grupos, no permite combatir con éxito el crimen, el delito, la exclusión y desigualdades y ha legitimado el secretismo de quienes han gobernado y tienen poder.
En Colombia, la izquierda ha tenido dificultades para edificarse; y aunque se diga que las ideologías están superadas, estas no han sido erradicadas. Por ello, a nivel institucional y desde las élites no se debate entre derecha e izquierda, solo se descalifica al adversario para confrontarlo con más eficacia.
La democracia representativa no es una democracia inmediata, es indirecta y está edificada sobre muchas, estables, complejas y costosas mediaciones e intermediaciones. Por eso nuestra democracia no ha podido permitir que todos consigan algo. Para algunos la democracia es el poder directo de unos pocos. Una democracia más incluyente, así sea incompleta, permite que el poder se limite y se controle; y que el pueblo reciba algo, aunque no se le conceda todo a lo que el aspira.
Algunos colombianos solo avalan las reformas que los sigan favoreciendo o no los perjudiquen; y admiten que estas puedan beneficiar a otros solo cuando, por azar o marginalmente, reciben algo que no sea del interés de minorías privilegiadas. Quienes venían gobernando el país no lo reformaban en favor de todos. Cuando la mayoría de ciudadanos reclamaba algo la reacción del Estado y del gobierno era de represión. Ahora que los ciudadanos eligieron un nuevo gobierno, que no está directamente alineado con los intereses de las tradicionales minorías, una parte de estas intenta debilitar y deslegitimar la nueva acción gubernamental.
Ojalá el sueño de cambio que tenemos muchos colombianos, con el nuevo gobierno se materialice para el bien de todos y del futuro de nuestro país.
A pocos días del ascenso al poder del nuevo gobierno destacamos tres hechos importantes: el discurso y actuar del gobierno saliente que parece añorar lo que no pudo hacer por su incapacidad y falta de talante y dignidad presidencial.
La información y percepción que tiene la inmensa mayoría de colombianos sobre el Congreso es de ausencia de responsabilidad como corporación, escaso tiempo dedicado al trabajo legislativo, poca productividad, extravagantes honorarios y prebendas y un sistemático y agresivo lobby sin cuartel que ha desvirtuado la labor congresional.
Quienes nos han gobernado, así crean que han perfilado principios liberales, en realidad han diseñado un sistema para ellos, no para todos. Confunden democracia y liberalismo.
Quizás uno de los mayores impactos de la elección presidencial, del 19 de junio, es que su resultado permitió que naciera en la región un dirigente que, aunque bastante reconocido en Colombia, era poco reseñado en la opinión pública del hemisferio.
Los colombianos buscan y aspiran tener un gobernante que respete el derecho, la libertad y la justicia. Por ello nuestra democracia, para los colombianos de a pie, no es ver enemigos a la derecha o a la izquierda. El enemigo está en el autoritarismo, la exclusión social y la debilidad institucional. En una democracia madura no existen enemigos ideológicos.