Y sin que medien estudios ni recursos suficientes para el petróleo y el gas, Petro se empecina en imponerle a Ecopetrol invertir en los costosos negocios de la inteligencia artificial y las energías alternativas, debilitándole aún más sus finanzas.
Hay que oír además a Susana Muhammad otra vez de alcahueta de Petro, como en 2012, negándole toda posibilidad a Chingaza II y ratificando su militancia en el ambientalismo vulgar, a pesar del probado acierto de haberse tomado de ese páramo el 70 por ciento del agua de Bogotá y de once municipios vecinos. Y sin que, en cuarenta años, el páramo se hubiera desnaturalizado.
El avance de esta lucha histórica no ha sido mayor, en especial en la parte del mundo del que hace del parte Colombia, porque el subdesarrollo de sus economías impuesto por las mayores potencias impide generar los empleos formales y la independencia económica que son un pilar clave en esta lucha democrática. Dado que solo con los mejores desarrollos teóricos no veo que sea suficiente.
El colmo del ventajismo a favor de Estados Unidos lo completó Donald Trump al anunciar que, cuando se le antoje, aumentará los aranceles al acero y al aluminio de Colombia, aunque en el TLC estén pactados al cero por ciento. Decisión que significa que la Casa Blanca, cuando quiera, puede empeorarle al Tratado su ley del embudo: lo ancho para ellos y lo angosto para nosotros.
A los colombianos nos repugna que el presidente Petro lleve medio centenar de muy costosos viajes al exterior, casi todos innecesarios, que solo pueden entenderse porque con ellos engaña en Colombia –único país cuyos medios amplifican esos sainetes– y le permite cumplirles a algunos petristas la promesa de campaña de ponerlos “a vivir sabroso”.
En otro país menos descompuesto, con tanto político adicto a la mermelada de la Casa de Nariño y tantos rabos de paja, Petro no hubiera ratificado a Benedetti o, desde noviembre, se habría rebelado la cúpula petrista, en contraste, cada vez más acomodada al neoliberalismo de Petro y a la abyección de Gustavo Bolívar.
El objetivo final de estas importaciones no puede ser más tenebroso. Que renunciemos a producir la dieta básica de los colombianos y especialicemos el agro en las frutas tropicales llamadas “productos postre”, especialización que en una crisis ambiental global puede llevarnos a una hambruna, según ha alertado la FAO.
El último capítulo de esta historia ocurrió hace poco, cuando los gobiernos de Estados Unidos y Colombia acordaron dejar intacto el TLC entre los dos países y añadirle una “nota interpretativa” al punto de los tribunales de arbitramento entre los dos países, tribunales diseñados para que los colombianos perdamos las controversias.
En su cinismo, Petro también ha hecho demagogia con construir otros trenes de Chile al Caribe, cuatro de Buenaventura a Barranquilla, Urabá, Tumaco y Puerto Carreño y otro de Bahía Cupica al Océano Atlántico, en el que malbarataron una gran suma para un estudio innecesario, porque es obvio su gran impacto ambiental y que no puede competir con el Canal de Panamá, el pretexto que usaron para contratarlo.
En 2026, los colombianos debemos negarnos a escoger entre el peor y el más malo de los proyectos políticos conocidos y fracasados, la falsa alternativa que quieren imponernos.