El comienzo de cada año significa para Barranquilla danzar hacia el encuentro de su carnaval, una de las celebraciones culturales más emblemáticas del Caribe colombiano que en 2003 fue declarada patrimonio oral e inmaterial de la humanidad por la Unesco. El evento refleja la identidad multicultural de la región, al integrar tradiciones indígenas, africanas y europeas transmitidas de generación en generación por sus hacedores y portadores. Sin embargo, la modernidad y la mercantilización han puesto en riesgo su esencia popular.
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Una investigación del Doctorado en Sociedad y Cultura Caribe de la Universidad Simón Bolívar plantea que el principal conflicto del Carnaval es la conservación y la sostenibilidad de sus tradiciones y expresiones culturales en el tiempo.
“Es urgente revisar cómo garantizamos la continuidad de nuestras tradiciones con un soporte académico sólido que documente su evolución y refuerce el valor de la memoria colectiva”, analiza Rina Orozco Rúa, autora del estudio ‘Prácticas compartidas y la salvaguardia del patrimonio cultural e inmaterial de las danzas tradicionales a partir de los hacedores y portadores del Carnaval de Barranquilla’.
¿Cómo lograrlo? Según el trabajo, es necesario equilibrar la visibilidad internacional con la participación de las comunidades locales en la toma de decisiones. La Unesco ha recomendado que los portadores de la tradición sean integrados en las dinámicas políticas, económicas y sociales, evitar que sean desplazados por estructuras comerciales que le restan alma al Carnaval.
En segundo plano
Desde su transformación en una empresa privada en 2012, Carnaval de Barranquilla S.A.S. ha implementado regulaciones que han limitado la participación libre de algunas expresiones culturales tradicionales, según testimonios recogidos para el estudio. Uno de los debates relevantes es la privatización de espacios clave, como el Cumbiódromo de la Vía 40, donde los mejores lugares son reservados para turistas y asistentes con mayor capacidad de pago, restringiendo el acceso de la comunidad local.
“Privatizar trae beneficios a privados, pero empobrece a los hacedores y amenaza la autenticidad de la fiesta y el sentido de pertenencia de la comunidad propia”, argumenta Orozco.
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La centralización de los recursos financieros ha priorizado el lucro sobre la expresión popular, dejando en segundo plano a quienes han mantenido viva esta manifestación cultural. Varias voces del sector cultural han manifestado su inconformidad con esta tendencia porque desvirtúa la naturaleza del evento y lo convierte en un espectáculo exclusivo.
“El Carnaval es un símbolo de identidad y resistencia cultural. Su preservación no solo depende de la institucionalidad, sino de la voluntad colectiva de quienes lo han construido a lo largo de los siglos”, dice Marelvis Mariano Viloria, directora del Doctorado de Unisimón.
Ante estos desafíos, diversas estrategias pueden contribuir a preservar las raíces intangibles de las fiestas. Entre esas, la propuesta académica de Orozco recomienda fortalecer el Plan Especial de Salvaguardia (PES), la educación y formación cultural en instituciones académicas, más inclusión de hacedores y portadores en la toma de decisiones, mantener espacios comunitarios y apoyarse en nuevas tecnologías que fomenten la memoria cultural.
Es primordial entender que los beneficios económicos y una mayor visibilidad internacional no se den a costa de la esencia popular. En este equilibrio entre tradición y modernidad, todos y todas tenemos la última palabra.