No era el reflejo del sol en la malla de color azul o sobre la arena. Tampoco, el verde de los jardines ni el amarillo brillante de la camisa de un árbitro calvo que corría, como un enorme cono de tránsito, entre una veintena de niños que se movían a trompicones detrás de un balón de fútbol. Lo que más le transmitía felicidad a Junior, como siempre lo han conocido en el barrio La Manga, era la sensación de cambio, de que después de tanto tiempo –y a pesar de tan poco– su gente tenía dignidad; un sentimiento por el que él, sus vecinos y familiares, han luchado por años. Desde la grada, que no son más que unas pequeñas hileras de asientos planos, Fernando ‘Junior’ Gutiérrez se ve como un espectador más, o como el familiar de alguno de los cerca de 100 niños que ayer, en el parque de La Manga, disputaron las finales de las diferentes categorías del torneo de fútbol. Iniciativa que, de haberla planeado hace 10 años atrás, no habría podido realizarse. Calles en mal estado, delincuencia y drogadicción, según denuncian, eran –y siguen siendo– los principales problemas de este sector del suroccidente, exactamente en la carrera 15A con calle 84. Más que una cuadra, el nodo tradicional de la formación de tejido social en Barranquilla, el parque de La Manga se ha convertido en un hogar para Junior, un líder social que, a sus 36 años, se propuso impulsar, a través del deporte y la recreación, un cambio para las nuevas generaciones de su sector. Si uno se limita a lo estrictamente descriptivo, el parque de La Manga no es más que una cancha de tierra, dos pequeños jardines y unos cuantos bancos de piedra. Pero más allá de lo que muestran los ojos, este espacio, en el que se unen varias calles como una encrucijada, es una especie de oasis, en medio de las diferentes problemáticas que azotan al barrio y de las que sus líderes intentan proteger a los más de 600 niños que participan en las actividades que ahí se organizan. El torneo de fútbol se convirtió en un mar de colores que ha inundado las corrientes secas de la vida juvenil en La Manga, un barrio en el que –dicen sus habitantes– la delincuencia es una opción siempre latente. Uniformados con las insignias de los equipos europeos, pero con nombres de su gente, de sus cuadras y que los representen, los más pequeños gozaban bajo la atenta mirada de los adultos. Más de 50 familias asistieron ayer al parque La Manga. Cerca de 100 personas que, la tarde de ayer, se llevaron una razón para sonreír y seguir creyendo en un mejor futuro. Como en un refugio, bajo el inclemente sol del mediodía, los niños celebraban abrazados la anotación de un gol. Esa alegría tan pura, brillante como la arena que les cubría los botines gastados, inundaba a todos los presentes, que –alegres– aplaudían, reían y saltaban. Dentro del parque no había problemas, ni carencias ni preocupaciones. Afuera, en las calles contiguas, acechaban las pesadillas y las malas influencias. Algo contra lo que después de mucho tiempo Junior Fernández sigue luchando constantemente. 'Hace un poco más de tres años, cuando inauguraron este parque, nos cambió la vida en el sector. Estas cuadras que están al lado hace muchos años eran de barro. Hoy los niños pueden jugar y tener una visión diferente de la realidad. A través del deporte queremos rescatarlos, pero eso no significa que todo en la cuadra sea perfecto', dijo Junior, hijo de este barrio y líder comunal.