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Como si se tratara de un cuento en el que su protagonista llega a un punto de la carretera y debe decidir qué senda tomar, si el de la derecha o el de la izquierda, una vía oscura o la vía llena de luz, hoy está justo en ese punto Sandra Milena Pallares Bareño, una mujer que desde hace mucho tiempo ha batallado con trastornos de nacimiento y hoy lucha contra el síndrome o malformación de Arnold-Chiari, una enfermedad catalogada como rara y que consiste en la alteración anatómica de la base del cráneo, que debilita severamente sus movimientos e impacta en el funcionamiento de sus sentidos.

Una revista especializada en medicina detalla que los síntomas más comunes de esta malformación son el dolor (cefalea, cervicalgia de distribución radicular, vértigos, síntomas otológicos y oculares), junto con la debilidad, entumecimiento e inestabilidad, alteraciones sensitivas y caídas bruscas. Y es catalogada como rara porque pone en peligro de muerte o invalidez crónica a quien la padece, calculada en menos de 5 casos por cada 10.000 habitantes.

Años atrás, Sandra Milena se convirtió en una especie de personalidad luego de permanentes y masivas campañas sociales para el tratamiento del síndrome de Crouzon, una malformación de todos los huesos de la cabeza que le impedía la formación de los pómulos y le hacía sobresalir los ojos.

En 1985, a sus seis años de edad, consiguió a través de esos respaldos viajar a México para que el llamado padre de la cirugía plástica mexicana Fernando Ortiz Monasterio, le practicara una cirugía reconstructiva de su rostro. Años después, con otra misión social y con recursos de actividades benéficas voló a Brasil para que le practicaran otra cirugía que le terminaría por corregir lo avanzado por el médico mexicano. Ahí el encargado de la intervención fue nada más y nada menos que el ‘rey de la cirugía plástica’, Ivo Pitanguy.