Entró, en un carro inmenso de bomberos, con toda su gloria a cuesta, sencillo, pero radiante, con las sirenas de los carros de la Policía que anunciaban el acontecimiento de su llegada.
El palenque de San Basilio estaba excitado. La gente salió de sus casas, a pesar del fogón que era el final de la tarde y de un baño de lluvia, posterior y repentino, que se extinguió al paso de los minutos.
No era para menos. Llegaba el más grande de todos los tiempos, libra por libra, su majestad Antonio Cervantes Reyes, el que el planeta conoció como Kid Pambelé; el hombre que un 28 de octubre de 1972 le dio a los colombianos la primera corona mundial de boxeo, en el peso welter junior.
Pambelé, el de los puños de oro que obtuvieron 91 victorias, de ellas 41 por nocaut. Nadie más ni nadie menos que uno de los integrantes del Hall de la Fama del boxeo, en EEUU.
El que cuando niño padeció miseria y abandono; que vendía dulces en las calles y limpiaba zapatos ajenos en Cartagena para sostener a su madre y hermanos; el que, motivado por vencer el hambre, se hizo boxeador y bañó de gloria a su Patria, que acaso sabía de él y de sus penas.
Fue una entrada triunfal, la de la noche del sábado pasado en Palenque. Quizá con más parafernalia y más emoción que hace tanto años, cuando fulminó a Alfonso Pepermint Frazer y se convirtió en el rey de las 140 libras, casi por una década.
Palenque estaba revuelto con motivos suficientes. Uno de sus hijos ilustres regresaba con su fama intacta a recibir un homenaje tardío, pero justo. La develación de la estatua de más de dos metros del insigne boxeador, ubicada a tan solo tres calle de la plaza del venerado Benkos Biohó, fundador hace más de 400 años de esta aldea que conserva sus raíces africanas.
La Gobernación de Bolívar mandó a hacer la estatua al escultor Oscar Noriega, quien homenajeó el jab demoledor de Pambelé y por eso erigió la figura del palenquero con su brazo extendido como buscando la cara de su contendor.
La figura del excampeón está ubicada a la entrada del gimnasio de boxeo que construyó la Gobernación para forjar a las nuevas figuras de los cuadriláteros, en esta tierra que dio tres campeones mundiales (Pambelé y los hermanos Ricardo y Prudencio Cardona), que se hicieron practicando en la calle y en los patios polvorientos de sus casas.
No tuvieron un centro de formación como el que ahora cuentan las nuevas generaciones y que fue bautizado con el nombre del más grande de Colombia, en este deporte: Gimnasio Antonio Cervantes, Kid Pambelé.
Pambelé llegó a Palenque montado en un carro de Bomberos. Fue recibido en medio de aplausos por su coterráneos.
Lúcido y agradecido. Cuando ya había caído la noche, habló Pambelé. El pueblo estaba rendido a sus pies. 'Viva, Pambelé', 'Pambe, Pambe', gritaba la gente. Este rey negro, de sangre africana, levantaba su puño en señal de agradecimiento y como lo hizo cuando ganó la corona mundial, en Panamá.
Cuando tomó la palabra y silenció a un pueblo que, justamente, no puede permanecer en silencio por más de cinco minutos, dijo: 'Aquí hacen falta dos campeones mundiales más, que son hijos de Palenque también, los hermanos Cardona'. Recordó a Prudencio y Ricardo, y la gente lo aplaudió nutridamente.
Pambelé demostró lucidez y, sobre todo, humildad, recordando a dos viejos amigos, precisamente en el homenaje que era para él solo.
El sábado acompañaron a Cervantes otras dos glorias del boxeo, el inmortal Rodrigo Valdez y el cordobés Miguel Happy Lora, también campeón del mundo, quien confesó que se decidió llegar a la gloria el día que vio coronarse a Pambelé. 'Yo quiero ser como él', se dijo en esa ocasión.
Pambelé, a su pueblo le habló agradecido. Le dijo que le mandaba todo su cariño y aprecio y que le daba su corazón a su Palenque del alma y a todos los colombianos. 'Espero que de aquí sigan saliendo nuevos campeones mundiales', agregó.
Manifestó que si de Palenque habían salido tres campeones del mundo sin gimnasio, cómo iba a hacer ahora que lo tenían. A final, un aplauso grande y sonoro que pareció estremecer hasta las mismas estrellas del firmamento.
Luego vino la develación de la estatua. Una vez se bajó la tela que la cubría, un juego de pólvora estalló en el cielo, sonaron las bandas de música y se prendió la fiesta en el palenque de San Basilio, que celebró como cuando ganó el título su hijo amado, el gran Antonio Cervantes, Kid Pambelé.