'Este es el ‘laboratorio’ para las próximas corralejas en la Costa Caribe', dice Julio Quintana, asesor de la junta organizadora de las fiestas taurinas en Arjona, Bolívar.
Aquí las corralejas se viven con fervor. Las mujeres estrenan jeans, calzan botas vaqueras y se pintan los labios y los párpados para lucir más hermosas. Sus compañeros van con ponchos, cual ganaderos en su hacienda, y sombreros.
Es la fiesta del pueblo. Sin duda.
Laureano Severiche, ganadero y empresario de la corraleja de Arjona y organizador de muchas en la región Caribe, dice que dentro y afuera de las estructuras de madera, donde se lidian los toros de media casta, cada día se congregaron unas doce mil personas. Unas cinco mil en los palcos y zonas bajas de la corraleja. Las otras en los alrededores, comiendo y tomando en los estaderos improvisados.
A pocos metros de la corraleja estuvo una caseta en que todos los días de fiestas tocó un picó y atrajo a decenas de jóvenes amantes de la champeta, no solo de Arjona, sino de municipios vecinos.
El ambiente general era de pachanga. De los palcos salían griterías que se producían cuando un toro embestía a un espontáneo o a un mantero en la arena. De los tomaderos de cerveza, el vallenato sonaba a todo timbal y más allá la champeta y los bailadores aglutinados como moscas en la entrada de la caseta, con sus cortes extraños y aretes.
Las corralejas no parecen que tendrán pronto fin, por lo menos no en Arjona. Severiche sostiene que unas dos mil personas trabajaron directa e indirectamente en estas corralejas.
Las de Arjona, asegura Quintana, sentarán un precedente, después de la muerte a puñal de un toro en las de Turbaco, municipio vecino. Y el descuartizamiento de un caballo, en Buenavista, Sucre, que provocaron el rechazo general.
Control de licor y armas
En el primer día de corralejas, los palcos se llenaron. A muchos niños se les vio con sus padres, de la mano y cargados en hombros. Se había dicho por parte de la Alcaldía de Arjona que entre las medidas estaba prohibida la entrada de niños.
Pero Quintana, un conocedor de años de estas fiestas de toros, dijo que se acordó hacer una tarde para niños y que esto estaba contemplado en las nuevas instrucciones que se tomaron. Cada tarde se lidiaron 28 toros.
Para Quintana y Severiche las corralejas de Arjona fueron un éxito, pero reconocen que hay que mejorar. El mayor de los logros, según los organizadores, fue la barrera que se colocó en la periferia de la corraleja, para ejercer un control más riguroso por parte de la Policía a los asistentes. Con ello se evitaron invasiones desmedidas a los palcos y e ingreso de armas y botellas de licor.
Admiten que el control de los espontáneos que se meten al ruedo es difícil. Aunque este año fue evidente que no se permitió que llevaran palos ni botellas de vidrio, elementos que son utilizados para agredir al toro. Se creó un personal de guardia en la arena para proteger de maltratos a los animales. Sin embargo, el domingo un toro cayó y muchos lo golpearon y lo pisaron cuando estaba indefenso.
La atención médica fue otro punto a favor. Hubo un equipo de cuatro médicos, una enfermera jefe y cuatro auxiliares de enfermería que atendieron a los heridos. También se contó con dos ambulancias.
Un muerto en baile
Hubo presencia de agentes de la Policía y patrullajes de infantes de Marina, de la Armada. Sin embargo, el domingo pasado, en inmediaciones de la caseta de baile con picó, un joven de 17 años, identificado como Lauro Camilo Pérez Jaramillo, fue asesinado por pandilleros a puñaladas. En el enfrentamiento, que se dio a las seis de la tarde, una mujer recibió un disparó de ‘changón’, o arma artesanal. Esto se dio a la salida de la corraleja y el hecho generó pánico y confusión en la zona. La Policía tuvo que lanzar gases lacrimógenos.
En los cuatro días 40 personas resultaron corneadas y varios caballos lesionados por los toros. El año pasado murieron dos personas y 45 heridas.