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Fueron dos semanas de intenso trabajo que adelantó albañil turbaquero Dionisio García Jiménez, antes de que el edificio de siete pisos que se desplomara la mañana del jueves en el Plan 400 del barrio Blas de Lezo.

Llegó a la obra gracias a su amigo Polo Aguilar quien le sugirió el trabajo para que se rebuscara un dinero adicional. Denuncia que a su llegada a la obra se percató que 'no contaba ningún tipo de elemento de protección personal', situación a la que los otros 43 trabajadores le restaban importancia.

Se acordó que el pago serían $30.000 pesos y $210.000 a la semana, sin prestaciones. Calculo que tras seis días de ardua labor le venían quedando $105.000 porque el resto del dinero era invertido en transporte y algo de comida. Transcurrieron las primeras dos semanas de trabajo, y el obrero no obtuvo salario.

Sin embargo, el albañil, tras recordar que no había firmado ninguna clase de contrato con la firma, no podía hacer quedar mal a su amigo, quien lo había recomendado con los dueños de la constructora. A su memoria vinieron varias de las obras en las que estuvo con él y no se había generado nunca problema alguno.

El jueves, a las 5:00 de la mañana, su esposa se levantó muy temprano para prepararle el café y despedirlo. Dionisio precisó que llegaron, como de costumbre a las 8:00 de la mañana. Dos horas y media más tarde comenzó la pesadilla que dejó 21 personas muertas y otras 22 resultaron heridas.

El relato

Sentando en una silla plástica a la entrada de su vivienda, este obrero de 46 años entiende hoy que Dios lo devolvió a la vida con un propósito que tendrá que cumplir con un gran esfuerzo. Además, asegura, que jamás en lo que le resta de vida volverá a trabajar como albañil en una edificación de varios pisos. 'Puedo estar sin billete y muy desesperado pero no me van a ver más montado en uno de esos edificios', sostiene Garcia.

Relata el obrero que el jueves 27 de abril, a las 10:30 de la noche, un grupo de rescatistas logró sacarlo con vida de entre los escombros. Sus ojos se llenan de lágrimas de alegría al verse nuevamente con su familia en su humilde casa ubicada en el sector Las Cocas de Turbaco y los vecinos van llegando uno a uno a visitarlo.

'Cuando me encontraron los señores yo lo único que dije fue ‘gracias Dios mío porque yo nací de nuevo’. Fueron 12 horas completicas con esos escombros encima', comenta Dionisio, quien muestra las heridas que le dejaron las piedras en diferentes partes del cuerpo.

Armado con un hierro que logró coger entre sus manos trataba de tocar el concreto de la parte de arriba. Un grupo de rescatistas escuchó el eco del incesante sonido y fue entonces cuando comenzaron a escarbar en la zona donde él se encontraba.

Su semblante cambia cuando recuerda el momento trágico en el que se comenzó a evidenciar la tragedia. Las placas se fueron viniendo una a una y él estaba a esa hora del día en el primer piso adelantando labores de repello.

Dionisio agradece el momento en que en su intento por salir del edificio se resbaló y fue a dar a un espacio donde cupo justo su cuerpo. Su jefe y compañero de trabajo, Polo Aguilar, falleció cerca de donde él estaba. Una viga lo aplastó.

Aferrado

Enterrado en aquella tumba de escombros, Dionisio asegura que las horas se le hicieron eternas y, en varios momentos se sintió desfallecer y que las fuerzas no le daban más. El mayor aliciente para mantenerse firme fue el pensar en sus hijos y su esposa. 'Mi mente la puse en mis hijos y lo que podían estar pensando. Allá abajo yo oraba y le pedía a Dios que me diera una nueva oportunidad', comenta el albañil.

Dionisio recordó que estaba enterrado a unos dos metros de profundidad y desde allí escuchaba las retroexcavadoras y la bulla de las maniobras que estaban adelantando para lograr rescatar a las víctimas.

En una camilla fue trasladado a una ambulancia. Los familiares veían a la distancia que efectivamente había sido encontrada una persona con vida. Aún no entendían bien de quien se trataba y solo cuando un rescatista les informó el nombre, se abrazaron unos a otros llorando de alegría. No lo podían creer.