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En los años 90 el templo de la música champeta era el mercado de Bazurto. El ritmo estaba en ebullición en Cartagena, en especial en las ciudadelas que crecieron a orillas de la ciénaga de La Virgen, al sur de la urbe.

Desde la primera pisada a esta fogosa plaza de comercio, que vibra de gente, olores y sonidos, la champeta estaba (y lo sigue estando) presente.

La incipiente economía de esta industria musical era algo subterránea. Los cantantes surgían de las esquinas de los barrios, obnubilados por el nuevo ritmo afrocaribeño que venía a reemplazar a la música africana, importada para los ‘picós’ desde Estados Unidos.

Los cantantes criollos grababan en estudios artesanales y sus casetes y después discos compactos eran vendidos en Bazurto, en casetas que tenían las canciones desde las más viejas hasta las más recientes.

Aún la champeta, a finales de los 80 y principios de los 90, no pasaba más allá de Bazurto. Era impensable, como sucede hoy, que tocara las puertas del mismísimo Club Cartagena, en Bocagrande, el sector más encopetado de la otra ciudad, la que creció en la zona de influencia de la bahía, la de las postales y los turistas.

La champeta se oía en los ‘picós’ de la zona suroriental y suroccidental. Se empezaba a convertir en una especie de religión para miles de fanáticos que los fines de semana se iban a las fiestas de ‘picós’ a escuchar las canciones de sus cantantes favoritos.

Era tanto el fervor en aquellos tiempos que se produjo el primer fulgor de la champeta. Y se empieza a convertir en un negocio de verdad, rentable. Era la época de la champeta auténtica, de las barriadas, creada en las tardes de sol, con los guapos del vecindario dando vueltas. Tomó tanta fuerza, que la todopoderosa multinacional Sony resultó atraída por la champeta.

Una investigación de Carmen Abril y Mauricio Soto, titulada ‘Entre la champeta y la pared. El futuro económico y cultural de la industria discográfica de Cartagena’, ganadora en el 2002 de la Beca de Investigación Cultural Héctor Rojas Herazo, otorgada por el Ministerio de Cultura, el Observatorio del Caribe y el Convenio Andrés Bello, indicó que en 1995, uno de los más famosos cantantes de esa década, Elio Boom, traspasó las fronteras locales y colocó a la champeta en el mercado nacional.

Recuerda que conquistó el mercado con su éxito Turbina, 'que superó las sesenta mil copias en ventas entre acetatos, casetes y posteriormente discos compactos'.

Y agrega la investigación: 'El año siguiente sería en el que Luis Torres, uno de aquellos artistas que retornó a Cartagena atraído por el éxito de la champeta, le ofreció al público la producción El Liso de Olaya, que ha sido considerada como el punto que elevó el valor artístico de la champeta'.

En 1998 esta dinámica se refleja finalmente en la producción de Champeta criolla Vol. 1, lanzado por Palenque Records, en París, recibiendo críticas positivas por la prensa francesa.

Pero fue el 23 de marzo del 2001 cuando la Sony Music lanza el álbum, La champeta se tomó a Colombia.

'Ningún otro título podría resumir de mejor manera la rápida expansión de esta música en nuestro país. La champeta, –también conocida como 'terapia criolla'– que a comienzos de los ochenta era un género musical oscuro y exclusivo de unos pocos barrios populares, se convirtió en uno de los géneros musicales con mayor difusión y reconocimiento en los últimos años', sostiene el estudio.

Sin embargo, es un fenómeno llamado El Rey de Rocha, un supergigante equipo de sonido, el que catapulta a la champeta y promueve una generación de cantantes que hoy son estrellas nacionales y

mundiales y que han sabido mezclar la champeta con otros ritmos modernos generando jugosas ganancias en ventas. Ahora poseen equipos profesionales que manejan imágenes, prensa y se encargan de sus producciones y contratos de presentaciones en vivo.

El Rey de Rocha, el ‘picó’ más importante del Caribe, es hoy toda una empresa musical capaz de llevar entre ocho mil y diez mil personas a un recinto como la plaza de Toros de Cartagena de Indias. Sus parlantes enormes y su producción musical están a cargo de unos veinte empleados fijos. Y se estima que una presentación de El Rey de Rocha puede costar entre quince y dieciocho millones de pesos.

Leonardo Iriarte, gerente de la Organización Musical Rey de Rocha, OMR, la empresa de los hermanos Iriarte, que llevó al estrellato al más conocido ‘picó’ de la historia de esta ciudad, dijo el año pasado a la prensa que durante sus presentaciones más concurridas, su empresa contrata un promedio de trescientas cincuenta personas para encargarse del tema logístico.

Cuando en alguna ocasión (2017) se formó una polémica por la prohibición que las autoridades querían imponer a las presentaciones de El Rey de Rocha en la plaza de Toros, Iriarte dijo a los periodistas:

'Prohibir y cancelar los bailes en la plaza de Toros no solo tendrá graves implicaciones para nuestra empresa, que la componen más de veinte trabajadores fijos, sino para todos los ‘picós’ y sus familias, los empleos directos e indirectos que participan en una presentación, como cantineros, personal de logística, publicidad, distribuidores de bebidas, vendedores al interior y alrededor de la plaza, y que tienen como sustento los bailes'.

Y es que, además, alrededor de la champeta se mueve una compleja cadena de producción que integran: emisoras, ‘picós’, dj’s, intérpretes, compositores, conciertos y festivales, que genera ingresos y empleo formal, directo e indirecto, y que hace mover las cajas registradoras, mientras todos bailan y gozan.