Adair Camargo, de 89 años, es una de las nativas más queridas de la Isla de Barú.
La que fuera una de las rezanderas del pueblo, siempre está sonriente, relata cuentos y le encanta comer el pescado con el que se crió en la zona insular de Cartagena.
El viernes, sentada en la sala de su casa en el barrio El Playón, frente al único parque de Barú, confesó que extraña todas las actividades de la Fundación Nativos Barú, a la que ella y otros 135 abuelos pertenecen. 'Bailamos tambora, jugamos a la sortija-tija, paseamos y nos acordamos de cuando éramos jóvenes', dice.
Viuda y madre de tres hijos, es consciente de que no debe salir a la calle 'por aquello del coronavirus'.
Dice que extraña hablar con Rosa Pérez, Encarnación Escobar, y todos con los que solía reencontrarse hasta tres veces por semana. 'Yo soy feliz cuando los veo, me río, la paso bueno, y además me gusta mucho la Bienestarina', asegura.
Mariela Zúñiga, directora de la fundación, reconoce que no es fácil explicarles a cada uno que las actividades se suspendieron por la cuarentena.
'Se desesperan, me preguntan que cuándo volvemos a vernos todos', añade.
La líder comunitaria, casada con el soldador Juan Manuel Castro, de cuya unión nacieron Nathalie y Juan Julián, dice que respetando las normas de bioseguridad visita con cierta frecuencia a los abuelos. 'Me voy con mi tapabocas y mis guantes para hablarles desde lejitos, porque no me les puedo acercar. Es bien difícil'.
Esta enfermera de 60 años, dice que desde que residía en Venezuela le preocupaba la soledad y el abandono en el que permanecen muchos adultos mayores.
Por eso cuando regresó a Barú empezó a apoyar el trabajo social con niños y abuelos, pero reconoce que necesitan del apoyo oficial. 'Acá en Barú todos somos amigos, somos gente sana. A veces nos preocupa el consumo de drogas en algunos jóvenes, por eso decidimos trabajar con los abuelos para que interactúen con los nietos y aprovechen tanto tiempo que tienen libre'.
A través de la Fundación, en la que trabaja junto a otras líderes comunales, organiza actividades físicas, lúdica y paseo de integración, entre otros, siempre tratando de preservar las tradiciones culturales de Barú.
Muchos de estos adultos mayores se dedicaban a la pesca, mientras que las mujeres ejercían como amas de casa. 'Por eso es que todos se conocen en Barú', reitera Mariela.
'El baile de la tambora y otros juegos como 'la penca atrás', son muy típicos de acá. Nos gusta que a veces se reúnan con los más pequeños para que les cuenten la historia de la isla, la gastronomía. Los abuelos y los más pequeños se divierten por igual', sostiene.
Sin embargo, Mariela dice que les falta respaldo del Estado, porque todo lo organizan con el apoyo y participación de la comunidad.
Por ejemplo, el Día de la Madre, Día del Padre o los cumpleaños, reúnen para los regalos y la comida, igual que con los juegos y las otras actividades.
La fundación ha enviado cartas a la Alcaldía Distrital con el fin de que construyan un centro de vida para que el proyecto se concentre en un solo lugar, pero reconocen que por la pandemia todos los esfuerzos están concentrados en mitigar el coronavirus.
Barú no tiene agua ni alcantarillado, pero en esta emergencia han recibido agua y alimentos del Gobierno Nacional, Distrital, Armada y otras instituciones. 'Acá no va a llegar el coronavirus, nuestra mejor vacuna es la fe', asegura Mariela.