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En Chambacú, un deprimido sector de Cartagena, ‘refugio’ de migrantes, niños, niñas y adultos en extrema pobreza que tienen como vecino un pomposo centro comercial, la vista del progreso de la ciudad, la llegada de camionetas lujosas y la felicidad de aquellos compradores que tienen –por mucho– más que ellos, los primeros que comen, según los nativos, son las ‘bestias’. Ellas son la prioridad, la razón del asentamiento y el sustento de las cientos de bocas que, en medio de un playón disparejo, rocoso y anegado que sirve como cancha de fútbol, viven o, mejor dicho, sobreviven.

Chambacú, al igual que muchos puntos de la capital de Bolívar, es el reflejo de un desordenado crecimiento y de la desidia y olvido hacia los más miserables. Pero – a diferencia de otros barrios– este punto tiene su razón de ser y su marca personal: los caballos, cientos de animales que son alimentados en lo más precario de La Heroica para luego ser los elegantes corceles que tiran del coche a una pareja de italianos enamorados por la romántica y mística noche del centro histórico. Otra bofetada de ironía que atiza a La Fantástica.

‘Clavado’ entre los extramuros del cordón de piedra y la avenida Pedro de Heredia, este barrio es una caldera hirviendo de cientos de necesidades y polémicas. La mayoría de personas que ahí habitan, unas 200, según ellos mismos, se lucran únicamente de las ganancias que dejan los paseos en coche. Algunos son propietarios de los equinos, otros los alquilan y unos simplemente ayudan en las labores diarias en la gigante pesebrera, que se levanta como fachada de un centenar de casas lánguidas, agrietadas y hechas, en su mayoría, con todo tipo de materiales que fueron desechados por otros en algún punto de la ciudad.