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Teresita Gómez bromea sobre su 'nacimiento' en un palacio [el Palacio de Bellas Artes de Medellín] y bromea también sobre cómo llegó a él. Algunos cuentan que la abandonaron en una canasta, a la entrada, como Moisés. 'Hay muchos cuentos', le dijo al público del XIV Carnaval Internacional de las Artes.

La verdad es que Teresita fue adoptada por una pareja de porteros que tenían su hogar dentro de Bellas Artes, cuando ella tenía ocho meses de nacida. Creció, entonces, entre los niños que recibían clases de arte y música en el día, y las rondas que hacían sus padres en las noches, cuando podía contemplar la soledad –e imponencia– de los pianos. Quería estudiarlos y repetir en ellos lo que escuchaba en el día.

'Cuando le tocaba a mi padre hacer los recorridos, yo lo acompañaba e iba tocando los pianos. Me volví muy nocturna, para mí la música comenzaba a las 8 de la noche', contó Teresita, considerada la pianista mayor de Colombia, durante su conversatorio del sábado con el poeta Juan Manuel Roca.

'Mi papá siempre fue cómplice, en cambio mi mamá decía que cómo me iba a alcahuetear eso, que no tenían con qué comprarme un piano. Ella tenía razón en muchas cosas, pero mi papá y yo soñábamos. Mamá tenía más los pies en la tierra, pero los soñadores también logramos cosas', dijo Teresita entre los aplausos.

Ha logrado 'cosas', claro. A los seis años lograba descrestar con su cálida interpretación de La marcha del soldadito y El reloj cucú, dos temas infantiles que compartió con el público del Parque Cultural del Caribe. Logró, siendo muy niña, que Marta Agudelo de Maya se percatara de ese talento y, entonces, decidiera darle clases de piano. Serían quizás esos, por poner algunos ejemplos, los primeros de un listado vasto de méritos. Desde ser la pianista de la Ópera de Medellín (1971-72) y de la Ópera de Colombia (1975-81), solista de la Orquesta Sinfónica de Colombia (1970), profesora de piano en el Instituto de Bellas Artes de Medellín y agregada cultural de la Embajada de Colombia en la ex- República Democrática Alemana (1983-87), hasta llevar el repertorio colombiano académico para piano a distintos rincones del mundo y convertirse en una de las pianistas colombianas más aclamadas, con una trayectoria y un legado de más de 60 años.

Sobre su carrera, Teresita apuntó: 'No creí que fuese a ser pianista de vedad, yo estudiaba piano y aquí sigo, tratando de seguir estudiando'.

Tocando el sarcófago

Para la antioqueña, el piano es como un sarcófago, pero también como un ponqué. 'Hay una diferencia muy grande, pero es también es un ponqué porque es muy dulce, delicioso, azucarado, todo lo que es un piano. También es severo, puede ser siniestro y triste', señaló Teresita, justo antes de dar un magistral ejemplo al público.

'Un piano tiene todos los matices porque se expresa de miles de maneras. El diccionario dice que es un instrumento percutido, pero yo diría que la dificultad que tiene el piano es hacerlo cantar. En eso se pasa uno toda la vida', añadió la pianista mientras acariciaba las teclas de un gran piano de cola blanco. Primero tocó las teclas sin ninguna expresión para dar cuenta de cómo los pianos necesitan de un discurso sonoro, de movimiento, de que 'la música salga de dentro'.

'Eso está en la yema de los dedos, en el corazón, en el cuerpo, porque es de ahí que sale la música, del interior. Hay que mover bien los deditos', precisó Teresita. Sabe que hay otras definiciones 'más sofisticadas', pero 'no las tengo'.

El poeta Juan Manuel Roca, sentado al otro extremo de ese 'sarcófago–ponqué', le preguntó qué significaba la música para ella. Teresita respondió que 'la música es todo' y que no concibe la vida sin música. 'Ha sido la columna vertebral de mi vida, lo que respiro cuando despierto, mi compañera', dijo.

Al público le obsequió un pedazo de ese todo, de esa vida musical. La reconocida pianista interpretó, entre otros temas, tres piezas del cubano Ignacio Cervantes: Ilusiones perdidas, Los tres golpes y Adiós a Cuba. La velada incluyó también un repaso por sus referentes en la literatura, una declaración de amor a Bach, un elogio a la música trabajada, inspirada y que profundiza. Una noche de luna que llena que fue, sobre todas las cosas, una dulce muestra su grandeza.