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Dale duro a ese tambor y acabalo de rompé
Dale duro a ese tambor y acabalo de rompé
que si Adolfo te pregunta dile que yo te mandé.

El tambor dejó de sonar y la voz de Adolfo Maury se quebró mientras luchaba contra sus lágrimas. 

Con las manos que segundos antes tocaba el instrumento, ahora lo golpeaba con el puño cerrado en un grito ahogado de impotencia. 

Los versos que cantaba los compuso su hijo, que hace un año recorría junto con él la Vía 40 disparando los cantos alegres de la danza más antigua del Carnaval. Kevin Maury, heredero de uno de los legados más valiosos de la fiesta barranquillera, la danza del Congo Grande, desapareció sin dejar rastro. 

Este año Adolfo no se postuló para ser rey Momo como en años anteriores a pesar de que, según conocedores, había llegado su turno de comandar la fiesta. En su cabeza no había lugar para el baile, la tradición, o la música. Solo podía preguntarse una y otra vez qué había pasado con su hijo.

'Estuve a punto de abandonar, no tenía fuerzas. La gente se preguntaba qué sería del Congo Grande, si es que la danza iba a desaparecer, yo solo les contestaba que nada de esto tenía sentido sin mi hijo', contaba Maury, quien hace 17 años porta la bandera de una institución cultural y carnavalera de 144 años.