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Con la desaparición de David Sánchez Juliao, la literatura colombiana –en particular la caribeña– perdió a uno de sus más formidables ejemplares. Fue uno de esos autores que hicieron del arte de escribir el manjar preferido de los amantes de la lectura.

Fue quien, como ninguno, supo ponerle música a las letras para embellecerlas todavía más; manejó la palabra con habilidad singular, con meticuloso esmero y una sencillez tal que nunca nadie necesitó de ayudas para entender lo que quería decir.

La exquisita pluma de David Sánchez Juliao –o Viejo Deivi, como se le conoció desde aquel día que alumbró aquella colosal pieza que llamó El Flecha– lo llevó a una prolífica producción literaria que habrá de marcar con su huella una época dorada en la literatura colombiana.

No fue ni el más grande ni el hermano menor de los escritores colombianos, pero sí el más hábil relator de historias, reales o imaginarias, que deleitaban a quienes lo escuchaban, leían y o veían, por lo bien escritas, o narradas, por lo fáciles y directas con que llegaban al alma y la hacían vibrar de emoción. Historias que quedaron grabadas en discos, periódicos, libros, novelas, películas, y que por su propio valor forman parte de un tesoro cultural que, además de preservarse, deberá transmitirse a las generaciones en camino para que sirvan de enseñanza a quienes quieren aprender a escribir.

Ese será el mejor homenaje que se le pueda rendir a David Sánchez Juliao, a quien desde ya se le está debiendo el reconocimiento que amerita. Decir ahora lo que fue casi que sobra, pues aún permanece vivo entre quienes lo oyeron o leyeron. Su obra habla por sí sola –y mejor que nadie– de quien utilizó la palabra con sorprendente precisión. El mejor honor que puede hacérsele será divulgarla en todas sus fases para que quienes no lo oyeron ni leyeron, en su tiempo, sepan de su grandeza literaria.

Rafael Matallana Rivera
C.C. 17.121.323 de Bogotá
rafamatari@hotmail.com